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Poesía para ser mejores

El recital de Alba G. Torres y la lectura musical del grupo "Reversos"

Reconozco que en ocasiones resulta difícil poner en valor la importancia de la poesía, sobre todo cuando se trata de combatir uno de los mantras fundamentales del mercado: su escasa o nula utilidad. Contra este paradigma resulta arduo esgrimir argumentos que no se traduzcan en beneficios económicos, a ser posible, además, de inmediato resultado. De modo que lo que constituye la riqueza poética: magia, sentido vital y festivo, conocimiento, sobre todo, palidece ante el mercantilismo en boga. Entenderse mejor y comprender mejor el mundo tal parece que no tenga sentido frente a quienes -y no son pocos, por cierto- sostienen que la guía más importante (a veces la única, afirman) es la que conduce al paraíso del dinero. Por desgracia, "tanto tienes tanto vales" ha pasado a ser un principio imperante en nuestra cultura. De nuevo el dinero se impone como un demiurgo, un artífice o constructor del mundo, sin que a nadie lo impida.

Pero a veces se producen prodigios, momentos asombrosos como el ocurrido el pasado día 22 de junio con motivo de una de las Noches de Poesía que se celebró en el Centro de Creación Escénica "Carlos Álvarez-Nóvoa". Participaba Alba G. Torres y la lectura musical estuvo a cargo del grupo "Reversos" (May como cantante y Noelia al violín). Tras el recital -además de su extraordinaria sensibilidad poética, entre otros méritos, y tal como se lee en la reseña de uno de sus libros, Alba es laborista por vocación y de vocación laborista- se abrió un turno de preguntas. Era lógico que Gabriel Celaya y su famosa frase "La poesía es un arma cargada de futuro" se asomaran a la sala. Y así sucedió. Y fue en esos instantes cuando la palabra se convirtió en lámpara encendida, en relato fulgurante en los labios de Alba.

La poeta se encontraba en Boston realizando una tesis doctoral; allí conoció a una pareja de biólogos que trabajaban en el Hospital Universitario de Harvard. Ella estudiaba el ELA y él el alzhéimer. Un duelo desigual a primera vista: la posibilidad de cambiar el futuro de la gente frente al juego de las palabras. De modo que Alba se sintió pequeña: ¿acaso podría ella compararse a esa pareja de gigantes? Sin embargo, no todo era tan sencillo. Bastaron unos apuntes de versos en una libreta suya, que pasó a manos de la pareja, para que el don de la palabra comenzara a funcionar. Apenas habían leído poesía, de modo que su conmoción fue inmediata. Tras confesarle que sólo leía textos científicos, él le pidió que le enseñara a recitar poesía. Algo dentro de mí se ha roto, confesó antes de echarse a llorar.

Si la disciplina nutricia de la filosofía comienza con el asombro, el resto de esta historia está impregnada de un armazón deslumbrante. La pareja era joven, él tenía 23 o 24 años la primera vez que leyó poesía, y su vida fue mucho más rica -dijeron- desde que la conocieron en un parque. El investigador del alzhéimer cerró su tesis doctoral el verano pasado con un poema que le había pedido a Alba (en pocas ocasiones la poesía y la ciencia se entrelazaron de esta manera). Quería que los versos tuvieran relación con los recuerdos, con los que perdemos y con los que quisiéramos conservar. La reflexión final de Alba fue, además de sabia, sumamente ilustrativa (copio sus propias palabras): "Yo no voy a curar el alzhéimer, pero si toco a alguien para que su vida sea mejor, también ellos van a ser mejores".

Pan. Futuro. Poesía. Palabras con mayúscula.

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