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La ladera olvidada

El recuerdo de la vida de antaño en pueblos de la zona rural de Mieres

Cuando recorro esa ladera en la que me crie, donde di los primeros pasos y aprendí a distinguir un gorrión de una raitana, no puedo dejar de emocionarme pues un escalofrío interno -pero que muy interno- sacude mi memoria y mi conciencia.

En este casi medio siglo han sido muchos los cambios experimentados en el paisaje y en el paisanaje de pueblos tan queridos como La Raíz, Rozaes de Bazuelo, Tablao y El Carboneru, Brañanoceo, Brañanoveles, y lugares tan entrañables para mí como La Ferraúra y Corujes, Resenche y La Reguerona. Enclaves como Rozamayor y El Rancho, todo ese pequeño paraíso que llamamos Los Felechos.

Y cuando digo que los cambios han sido muchos hablo, estimados lectores, desde la más absoluta subjetividad. Estaría bueno, pensarán ustedes, que no se hubieran producido transformaciones en estos años con la incorporación de nuevas comunicaciones, el incremento de tendidos eléctricos y líneas de teléfono, la llegada de agua corriente y saneamiento a los hogares, el alumbrado público, el pavimento en cada caleya de cada pueblo ( o casi)...

Sin embargo, siendo esto cierto y dando la bienvenida al progreso, tal vez encuentro esos lugares más tristes y lacónicos de lo deseable.

Escuelas

Echo de menos el bullicio de los niños que ya no abundan y prueba de ello es el cierre de todas las escuelas de esa zona ( las últimas las de Villarejo hace un lustro).

Y también echo a faltar el murmullo de las gentes de edad que en improvisadas tertulias discernían, en un alarde de sabiduría popular, sobre lo divino y lo humano. Seguramente más sobre lo humano que acerca de lo divino, por supuesto.

Extraño la algarabía de tanta ganadería en prados y corrales. Ovino y caprino se hacían hueco entre el ganado vacuno y no muy lejos de caballos, asnos, conejos, gallinas y cerdos..., esa cabaña destinada al autoconsumo era nuestra humilde riqueza que junto a un pequeño huerto trabajado a palote y algunas parcelas madereras permitían completar la renta, no tan abultada como se le ha atribuido, de las familias mineras.

Recuerdo con nostalgia los tiempos en que los perros y gatos podían deambular por las sendas sin que un quad, un dron u otros artefactos similares sobresaltaran su siesta sobre el terruño.

Añoro el olor a pación recién segada. ¿Por qué? Porque la pación recién segada a gadañu huele mucho mejor que si se mezcla con el olor a aceite y gasolina de una desbrozadora. La pación se segaba con mimo para permitir que las reses "entraran en leche" y llegado el momento también venía el tiempo de la hierba, faena con tintes de celebración colectiva ya que la cooperación entre vecinos era costumbre arraigada. Segar, tender, revolver, amontonar... ¡y amontonar con prisa si había nubarrones! Nada de empacar porque la hierba se metía en los pajares a base de "cargas".

Varas de hierba

Y evoco en mis recuerdos el paisaje con las varas de hierba y las parvas de cucho. Por cierto que esos olores de la niñez no se borran jamás. Olores que eran agradables y espero que se me sepa disculpar el tono escatológico de este párrafo pero es que el cucho natural, carente de piensos compuestos y cócteles farmacológicos, posee un aroma que ni desagrada ni resulta ofensivo (digan lo que digan algunos burócratas en Bruselas).

Echo de menos los manantiales que se secaron, los lavaderos de los pueblos, los caminos que se perdieron tomados por la maleza..., alcordanza y añoranza de los atardeceres en que la gente se comunicaba sin mirar una pantalla ni un teclado y las romerías tal como eran. Y los chigres de pueblo con bolera, llave y juego de la rana. Y que cada época del año tuviera su afán (apañar la fruta, sacar les patates, andar a castañes, ir a mores, limpiar la broza, etc, etc, etc...) Los guajes de entonces teníamos un calendario sin hojas ni números.

En fin, por encima de todo ello echo de menos a tantas personas que formaron parte de mi vida, de cuya vida de alguna manera yo también he formado parte, y que ya se han ido para siempre, aunque seguirán entre nosotros mientras permanezca su recuerdo en aquella ladera que da título al artículo.

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