La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ventana indiscreta

Los patos del "Central Park Dorado"

Sobre la libertad y un diálogo del libro "El guardián entre el centeno"

Estaba yo, en el parque Dorado de Sama, leyendo, "El guardián entre el centeno", de J.D. Salinger, libro de cabecera para miles de personas en todo el mundo en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, además de prohibida su lectura en muchos centros de enseñanza ya que su protagonista, el rebelde Holden Caulfield, servía de ejemplo que contrastaba con el orden establecido en la época, cuando llego al pasaje en el que el protagonista se preocupa por ¿Dónde van los patos del lago de Central Park en invierno cuando el lago se congela?

Cachis, me digo, esto me suena y hete que en frente tengo el estanque del parque Dorado, que no lago, recién reformado acertadamente por el ayuntamiento, pero que no tiene patos, sí agua. Es, entonces, cuando la pregunta del protagonista del libro se actualiza al momento presente ¿ Dónde estarán los patos del estanque del parque Dorado? Cómo solo no encontraría la respuesta, si es que la hay, me dirigí a una persona que tal vez me podría ayudar en la duda y que a lo mejor sabía lo de los patos. Este fue, más o menos, el diálogo.

-Oiga, por favor. ¿Sabe usted por qué no hay patos en este estanque?

-¿Qué? -Responde ella

-El estanque, -le digo-, mire que quedó guapo, pero sin patos...

-Ah, sí. Es una pregunta que nos hacemos muchas personas, supongo que estarán más a gusto en el río, más libres. Digo yo, claro.

-Sí, tal vez. Pero si es así, y así parece. Resultaría que la obra realizada no tiene mucho sentido, porque para lo que actualmente sirve es para acumulación de hojas que caen de los árboles y de papeles que el viento arrastra, además de la porquería que se arroja groseramente al estanque.

-Sí, no le falta razón, -me responde; -pero si desde el Ayuntamiento así lo tienen será por algo, ¿ no le parece?

-No sé, a lo mejor esperan que "voluntariamente" vuelen del río al estanque y viceversa, al final también los patos tiene que distraerse en idas y venidas. ¿ O no?

-¿Cómo quiere que lo sepa?, -me responde-. No me corresponden, semejantes preocupaciones.

Lo noté algo cabreado por mi insistencia y tuve que templar diciendo que no se enfadase, no era mi intención molestarle. Así, que mantuve un prudente silencio en espera de que él tomase la palabra.

Volvió la vista hacia el estanque y dijo: "me parece que dura demasiado la falta de patos en este parque. Mírelos, que bien están en el río, tienen amplitud de movimiento y comen a su antojo, no esperan que se lo traigan, como ocurriría en el estanque".

-Ya, -respondí. -Pero seguro que a todos nos gustaría contemplar las cualidades natatorias de los patos. A mí, cuando era niño, me gustaba. Y pienso que también a las niñas y niños de ahora, les gustaría verlos. Al menos, mi nieta me pregunta por qué no hay patos en el estanque. Fíjese que tengo respuestas para preguntas más enjundiosas que me hace, pero para la ausencia de patos, como que me encuentro incapacitado.

El diálogo es una adaptación libre del que mantiene el protagonista con el taxista sobre la ausencia de patos de Central Park. Holden, el muchacho de la novela, se siente desolado, incomprendido porque no le explican la ausencia de los patos. Necesitaba que le asegurasen que "los patos iban a seguir ahí", que nada iba a cambiar. ¿Vendrán los patos, no a Central Park, sino al parque Dorado?

Compartir el artículo

stats