La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Velando el fuego

La escalera del progreso

El optimismo sobre el futuro de la juventud

Hay debates de los que se puede afirmar que nunca van a dejar contentos a todos, pues son como esas historias inacabadas a las que siempre añade cada cual su pizca de sazón. Desde el conocido como "sexo de los ángeles", la cuestión bizantina por excelencia (la leyenda sitúa un 24 de mayo de 1453 el momento en el que filósofos, teólogos, políticos y toda la ciudad discutía sobre este asunto mientras a las puertas de la ciudad los turcos hacían cola para repartirse lo que quedaba de la orgullosa capital del cristianismo universal), serían abundantes los ejemplos que se podrían añadir a la larga lista de asuntos que continúan formando parte de todas las tertulias y estamentos aficionados a las polémicas.

Uno de estos temas relevantes es el que tiene como figura capital al progreso, pues sus metáforas están presentes en los discursos de todos. Políticos, empresarios, particulares... enarbolan esta idea de acuerdo a las posiciones que defienden en determinados casos. Una de las imágenes que a mi juicio representa mejor esta idea de la evolución es la de una escalera formada por tramos diversos. De acuerdo a ella, podríamos configurar a un grupo de escaladores para los cuales el progreso es una subida continua, de modo que no tienen reparos en colocar siempre un pie delante del otro, animados por un afán indesmayable de ascender hacia las cumbres. Habría otro grupo situado entre los optimistas natos y los pesimistas por naturaleza, que sería el de los previsores, precavidos, prudentes (podríamos añadir varios términos similares), que se lo pensarían dos o cuatro veces antes de poner el pie en el primer peldaño y, aun así, cuando lo hicieran, no dejarían de mirar hacia abajo, por si acaso. Y, por último, estarían los negativistas (yo prefiero denominarlos retardatarios), para los que el futuro es siempre una sima profunda, a la que más vale ni siquiera asomarse. No hace falta comentar que para esos apocalípticos la escalera es un arma que carga el diablo.

Cierto es que en un asunto de tanta enjundia como este no resulta fácil (y quizás ni conveniente) adoptar una posición tajante. Que el mundo vaya mejor o su contrario puede depender de la lectura que se haga de tantos parámetros a los que se puede acudir: resultados económicos, índices de desarrollo humano, distribución de renta y de recursos, dependencia de la deuda externa, sostenibilidad medioambiental... serían algunos de esos indicadores, teniendo en cuenta, además, que su lectura sería distinta según hablemos de uno o de otros continentes.

En todo caso, he confesado en alguna ocasión, y también por este medio, mi tendencia al optimismo, de modo que es fácil imaginar mi satisfacción cuando hace unos días, y en relación con un asunto que me preocupa mucho, y del que también me he ocupado en esta columna, como es el de la juventud, leí una entrevista con un catedrático que al preguntarle sobre si los jóvenes de ahora leían o no, respondió que "no tanto como quisieran los que encargan las estadísticas oficiales, pero bastante más de los de su época (que es la mía, añado yo). Otra cosa sea que no guste a los adultos lo que lean".

Creo que sin pensar que ya hemos hecho cumbre, ni mucho menos, existen motivos para seguir ascendiendo. Claro que el no hacerlo obedece a veces a causas que no tienen nada que ver con las escaleras. Pero ese ya es otro debate distinto.

Compartir el artículo

stats