Nadie espera de los ayuntamientos soluciones mágicas. Ni que resuelvan el problema del desempleo, porque no tienen capacidad ni competencia. Ni que frenen el despoblamiento e impidan que los jóvenes se vayan buscando empleo. Ni que se saquen de la chistera de sus precarias arcas municipales millones suficientes para realizar las obras pendientes y cubrir las necesidades de todos los servicios. Creo que a estas alturas, por desgracia y a la fuerza, hemos aprendido con palos y sin zanahorias que la época del Molinón ya ha pasado y sólo queda ocuparse del bache y la farola. Dicho con la dureza de la realidad. Lo que se espera es que las calles estén limpias, los caminos y sendas adecentados, que el agua, el saneamiento y la recogida de basura sean eficaces, los espacios públicos agradables para convivir y que los servicios generales funcionen. Es así, por desgracia. Pero no es poco.