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Dando la lata

Despierto

Las consecuencias del reguetón a alto volumen en la noche

Nuevamente me despiertan de madrugada. Es la misma pareja del otro día. A ella le gusta insultar a gritos y a él le motiva ser insultado. Me han dicho que son habituales de un local que sólo pone música latina. Normal que estén así. Cuántos cerebros está destrozando el reguetón. Peor que esnifar pegamento. Y mucho más machista, porque vaya letras. Como vea una manifestación feminista a ritmo latino, dimito de todo. Y el anillo pa cuándo. Descarto dejar caer el macetón del olivo sobre las cabezas de esos dos imbéciles mal avenidos. El mundo vegetal no tiene la culpa. Esta noche se está bien en la terraza. Ya que me han despejado contra mi voluntad, me siento y disfruto de la oscuridad. Cada abrir y cerrar de puerta del garito libera horrores musicales. La clientela sale en un estado bastante lamentable. Y con tendencia a gritar, despreciando el derecho al descanso de los vecinos. Qué le vamos a hacer. Mieres, en ocasiones, puede resultar un lugar ciertamente fastidioso. Y en esta última etapa viene tomando una deriva poco alentadora. Aparto esos pensamientos y traigo al primer plano de la memoria el juicio que tuve por la mañana. Fue sorprendentemente agradable, sin dejar de ser un juicio. Una jueza educada y amable. Y unos colegas respetuosos y corteses. Cada uno en su papel pero sin convertir el momento en un trago de aceite de ricino. La profesionalidad no debería estar reñida con los buenos modales. Algo que, por desgracia, comienza a ser una rareza. Estoy aprendiendo a alimentar mi memoria con recuerdos positivos, arrumbando lo feo que nos asalta a diario. Porque como lo chungo se apodere de tus pensamientos, se acabó: un amargado más. Y no quiero eso. Ayer vi pasar un Renault 4 furgoneta por la Manuel Llaneza. Una belleza reluciente de color crema. Los coches de hoy serán más seguros, eficientes y fiables, pero impersonales. Me gustó verlo. Bueno, la calle parece en calma. Vuelvo a la cama.

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