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El adiós de un amigo en el silencio de la noche

Despedida a un defensor acérrimo de las causas que parecían perdidas

Me contaba mi amigo Nicanor López Brugos, en una de nuestras largas conversaciones, que él, personalmente, era poco amigo de las despedidas y los adioses. Hace un par de días, en el silencio de la residencia de sacerdotes de la parroquia de San Pedro de Gijón y en plena noche, se despedía de los cientos, puede que de los miles de amigos, cuya amistad sincera había cultivado en este valle de lágrimas.

Tras la llegada del otoño, con una reacción extemporánea del clima que vamos "fabricando", Nicanor se fue de su tierra, de la de Mieres, de la de Asturias, donde había sido acogido como hijo adoptivo y "Mierense del Año". Ha sido después de cinco décadas de acción pastoral y social que dejaron marca de la casa. A saber, carácter indomable, defensa acérrima de causas que parecían perdidas y decisión inamovible de no dar un paso atrás cuando identificaba una injusticia.

Su casa, la iglesia de San Juan Bautista, fue la casa de todos, de los fieles pegados al mensaje de Cristo y de muchos agnósticos que renegaban de las infidelidades de la vida mundana, que no dudaron en "tomar" el templo católico por tribuna de sus reivindicaciones laborales, con el pleno beneplácito del pastor.

Mucho se podría escribir sobre la figura de Nicanor López Brugos. Lo hizo este periódico ayer, pero la recta y sincera crónica de David Montañés podría multiplicarse por mucho. Claro que esto iría en contra del pensamiento y de la actitud ante la vida de nuestro protagonista. Nicanor se fue y su intento de pasar desapercibido ha sido en vano. El pueblo de Mieres, Asturias, sus instituciones y hasta el último de sus feligreses no pudieron evitar el recuerdo y en muchos casos la lágrima. Se había ido el pastor, duro a veces en su forma de expresarse, pero siempre sincero y valiente ante las injusticias. Ante la vida. Querido Nicanor, el adiós y las despedidas aquí sobran. Nos volveremos a ver.

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