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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Las peripecias de un cañón inofensivo

Los curiosos episodios de la antigua rivalidad entre Sama y La Felguera

Se ha escrito que la especie humana se divide ante todo en tribus que propenden a afirmarse a sí mismas negando a las vecinas. Según esta versión, más allá de cualquier artificio universalista, los humanos son animales territoriales con una considerable hostilidad hacia sus vecinos. De igual modo, la palabra rivalidad significa el que vive en la otra orilla del río. Y, antiguamente, era también el derecho que se tenía de poder cruzarlo.

Un buen amigo me recordaba recientemente la rivalidad que, durante muchos años, protagonizaron los vecinos más jóvenes de Sama y La Felguera. Un peripecia que se refleja bien en un amplio reportaje de Juan de Lillo publicado en LA NUEVA ESPAÑA hace algo más de medio siglo. Uno de aquellos protagonistas (Fernando Granda) relataba que la rivalidad, que había nacido con las dos villas, la tenían incrustada en el alma: "Cuando tuvimos fuerza para sostener una piedra en las manos ya participábamos en aquellos luchas en las que no ganaba nadie. Las luchas eran casi diarias. Con frecuencia, después de haber llevado una buena paliza o de traer la cabeza descalabrada, en casa se cerraba la jornada guerrera con otra paliza. Pero todo era inútil: la rivalidad estaba por encima de todas las reprimendas caseras".

Corrían los años finales del siglo XIX cuando se produjo el episodio más sorprendente de aquel primario antagonismo: una intrépida iniciativa de tres jóvenes felguerinos para luchar eficazmente contra Sama, que para ellos era entonces la capital del concejo. Según Granda, "las continuas batallas por la supremacía puso en funcionamiento una pequeña y elemental industria pesada: la construcción de cañones".

El primero lo fabricó Luis Cueto Felgueroso, hermano del que fue alcalde de Langreo en dos ocasiones, Florentino Cueto Felgueroso. Mientras se construía, los felguerinos no dejaban de amenazar a los de Sama: "Cuando salga el cañón, ganaremos todas las batallas".

El cañón era de madera atado con alambres y estaba colocado sobre una pequeña plataforma hecha con tablas de cajón. En la parte de atrás tenía un pequeño depósito donde se colocaba la pólvora. El primer disparo lo hicieron con mucha precaución, porque temían que reventara hecho añicos. Tan pronto como prendieron la mecha, los artificieros se escondieron detrás de una de las columnas del puente de hierro sobre el que estaba emplazado el artefacto. Al poco tiempo salieron de su escondrijo y vieron sorprendidos que una gruesa bocanada de humo y piedras salía de la boca del cañón. Los improvisados artilleros quedaron prácticamente envueltos por el humo de la explosión: creían que todo había volado por los aires.

Cuando la nube de humo se disipó, se percataron de que el artilugio continuaba íntegro en el mismo sitio. Aquel asombroso acontecimiento, continúa Granda, "nos llenó de satisfacción: era como si a partir de aquella fecha memorable, en nuestras batallas contra los de Sama, la victoria estuviera asegurada".

Y en plena euforia artillera, los jóvenes felguerinos decidieron construir un verdadero parque de cañones para colocarlos en los límites estratégicos entre Sama y La Felguera. Pero el parque nunca se llegó a construir y sólo aquel primer cañón tomó parte en las luchas, hasta que un buen día, medio deshecho ya, hizo su último disparo, que se llevó por delante las piedras, los alambres y las tablas resquebrajadas y ahumadas.

Aquella frustrada, ingenua y romántica aventura "guerrera" marcó el final de una etapa histórica y de una manera de entender la rivalidad entre los mozos de las dos villas: una suerte de antagonismo folclórico e inofensivo, que en nada se interfería en la consecución de importantes objetivos comunitarios.

Este tipo de disputas cambiará de escenarios con el tiempo. Se trasladará a los campos de fútbol: espacios cerrados y limitados. Y a medida que avanza la industrialización de Langreo, las diferencias localistas son mucho más enconadas, con intereses económicos y políticos muy precisos.

Así, en los años veinte del siglo pasado, Langreo afrontó un largo pleito, de alcance nacional, sobre el proceso de segregación de La Felguera, que a punto estuvo de constituirse en Ayuntamiento propio. Desde el punto de vista administrativo e institucional fue sin duda el acontecimiento interno más grave y oneroso del Langreo contemporáneo.

En los años cincuenta, en pleno franquismo, tuvo lugar el último intento, también fallido, de segregación de La Felguera. Actualmente es un capitulo superado de la historia langreana. La fusión futbolística fue determinante en ese proceso unitario.

Ahora priman otros problemas bastante más difíciles de resolver, porque la solución ya no sólo depende del empeño de los propios langreanos.

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