Han pasado las Navidades. En la mayoría de las casas se llevó a cabo un esfuerzo por decorar y darle otro giro a nuestras paredes y adornos, bien con un abeto, a veces artificial y en otras natural. En otras viviendas se esmeraron en poner un nacimiento, grande o pequeño, pero sí con estilo y en un lugar vistoso para que grandes, pequeños y visitantes pudiesen parar un momento para contemplarlo: "¡Que bonito es. Qué figuras más extraordinarias!"

Y así hemos llegado al final de nuestras fiestas y ya han pasado hasta los Reyes Magos. Entonces, ¿qué toca hacer ahora en nuestras casas? ¡Casi nada! Volver a dejar las cosas como antes estaban. Pero, ¡oiga!, ¿verdad que da pereza? Eso de desmontar el nacimiento, volviendo a guardar y empaquetar las figuras, para que no se rompan y que al año siguiente no aparezca San José con una mano rota o una ovejita descabezada o, peor aún, un ángel sin un ala. ¿Qué hacer con el abeto? Si estuvo al lado de la calefacción, así como estuvo cargado de bombillas con luz permanente, se fue secando y solo nos quedan unas ramas tristes que, en cuanto se tocan, caen al suelo, entonces no podremos devolver el abeto a la madre naturaleza.

También hemos adornado con una corona la puerta de entrada, así como nuestra mesa de comedor con algunas bolas de colores llamativas, que también podremos guardar bien envueltas para las siguientes Navidades.

Señor, cuanto trabajo, a la par que volvemos a la rutina diaria de nuestras labores. Y todo esto es perezoso y, contra la pereza, ya saben, diligencia: ¡Ánimo y hasta el año que viene!