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En defensa del parque Jovellanos

Los actos vandálicos en la principal zona verde de Mieres y la necesidad de concienciar a la gente de su cuidado

Todo núcleo urbano que se precie suele disponer de un área verde, una zona de esparcimiento, de ocio y recreo de la cual además suele sentir orgullo la mayor parte de su población.

El parque es un lugar de encuentros donde la vida se regenera: los niños aprenden a socializar jugando y allí los adolescentes (y no tan adolescentes) encuentran un escenario propicio para iniciarse en los arrumacos y expresiones de cariño que desde hace generaciones han convertido a esos parajes en marco predilecto para las parejas arrulladas por el trino de los pájaros.

Y por último, en ese ciclo de la vida, los ancianos encuentran en el parque un remanso de calma y sosiego donde intercambiar impresiones, contemplar la quietud de los árboles y juguetear echando pan a las palomas. Todo ello trufado de actividades lúdicas, culturales y deportivas que confieren un especial encanto a los denominados "pulmones de la urbe".

Es algo innegable que los parques y jardines son emblemas de determinadas ciudades: Central Park en Nueva York, El Retiro en Madrid, El Campo San Francisco en Oviedo y, por descontado y sin establecer comparaciones, el parque Jovellanos en Mieres.

Nuestra villa cuenta con otros espacios tales como los Jardines del Ayuntamiento, los de Oñón, la plaza de la Libertad y sabemos que está en proyecto un parque en La Mayacina pero, nuestro parque por antonomasia desde los años cincuenta, es el también denominado "Parque de los patos" ya que en el epicentro del mismo se ubica un estanque con varios ejemplares de dicha especie.

Además de todo lo expuesto el parque Jovellanos alberga al quiosco de la música en el cual se desarrollan actividades artísticas y eventos sociales e incluso sirve de foro para que distintas entidades organicen charlas, alocuciones, concentraciones, etc...

Sin embargo, en los últimos meses, el vandalismo y las actitudes incívicas han venido a eclipsar el brillo y el lustre descrito en las líneas anteriores puesto que, en escasamente quince días, se sucedieron dos hechos reprobables y vergonzosos: por una parte el ataque a pedrada limpia contra la caseta del estanque y sus moradores cuyo balance resultó ser la muerte de uno de los animales y cuantiosos daños materiales a las instalaciones. Por otro lado, el robo del alumbrado navideño instalado en el perímetro de la zona ajardinada.

Estos hechos, lamentables y alguien dirá que aislados, tienen a mi entender una importancia notable en cuanto síntomas de una enfermedad concreta que es la ausencia de conciencia ciudadana en determinados sujetos así como un gesto de crueldad hacia el resto de seres vivos con quienes compartimos nuestra existencia. A ello hay que añadir que supone un deterioro en la imagen que Mieres proyecta en los medios de comunicación y en las redes sociales. En definitiva, todos somos damnificados por ese tipo de mamarrachadas y sería muy conveniente aplicar penas de trabajos comunitarios y sanciones ejemplarizantes a los culpables.

¿Y qué se puede hacer? Creo que lo que no podemos es resignarnos, encogernos de hombros y asumir que siempre ha habido acémilas capaces de generar destrozos y hacer daño. No, no cabe resignarse porque donde antes hubo muescas en los árboles o chicles pegados en los bancos ahora hay patos muertos a pedradas y mañana puede haber otro tipo de sucesos aún más terribles.

Considero humildemente que es necesario revisar los protocolos de vigilancia y seguridad en la zona, incrementar la presencia de la Policía Local en el parque durante la madrugada y posiblemente valorar la colocación de cámaras de vigilancia.

Tampoco estaría de más pensar en la recuperación de la figura del sereno y del guarda de parques y jardines sin olvidar que es una opción para generar algún empleo en un municipio tan castigado por el paro.

Pero no podemos quedar en la parte represiva sino que es muy importante implantar en Mieres un Programa de Educadores de Calle (algo que algunos llevamos planteando desde hace años siempre que tenemos ocasión) y de ese modo "construir" conciencia colectiva contextualizada desde la cotidianidad y en el espacio físico, geográfico, donde se desarrollan las conductas, los conflictos y la mediación en los mismos.

No quiero finalizar este escrito sin lanzar un órdago a quien quiera recogerlo y es que entiendo que sería interesante poder colocar una talla, una escultura, que represente a un pato para que se coloque en las inmediaciones del estanque o en el estanque mismo. Ese pequeño homenaje a esas aves serviría de pretexto para que unas generaciones pudieran explicar a las siguientes durante años y años el por qué de esa figura y el por qué la muerte a pedradas de un simpático animal, inocente e inofensivo, no habrá sido en vano si logramos aprender a desterrar la crueldad, la malsana agresividad y reconquistamos el parque Jovellanos para la convivencia. De lo contrario, todos acabaremos "pagando el pato" de nuestra indolencia.

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