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La garabata

Un grano de carbón en la sangre

El trabajo de las mujeres, repartido entre el hogar y las labores secundarias de la mina

El trabajo de las mujeres de las cuencas mineras a lo largo de la historia ha sido fundamental en nuestra tradición. Ellas, además de realizar las labores propias de las haciendas, también trabajaban fuera del ámbito doméstico para ayudar a la economía familiar. A finales del siglo XIX y hasta pasado ya, mediados del siglo XX, su labor tenía muy poca consideración social, porque, en público, quienes sostenían a las familias eran los hombres. Examinando la historia, las mujeres desde tiempos ancestrales, han desempeñado una función clave en la sociedad campesina, pues, como madres, era las encargadas de proporcionar mano de obra para las haciendas, aseguraban el relevo generacional, y garantizaban su futuro.

Al comenzar la industrialización y auge fabril del siglo XIX las circunstancias del momento hizo que muchas mujeres por necesidad, se fueran incorporando a las plantillas de empresas como trabajadoras, la intención era la de ayudar, económicamente en el sustento familiar.

Trabajo y hacienda. Las labores diarias en la casa o en la pequeña hacienda, iban relacionadas con la cocina, la limpieza y el cuidado de los niños y ancianos. Estas tareas eran una pesada carga para ellas, porque debían atenderlas sin descuidar sus otras obligaciones laborales. En estas circunstancias, los embarazos y partos eran complicados, no era raro que sorprendieran a la futura madre trabajando en la tierra o en otras labores, pero tenían que adaptarse y seguir, en más de una ocasión les costó su vida querer traer otra.

Las mujeres que tenían a su cargo familias numerosas, y con muchos miembros (algunos ya trabajando para ayudar la economía familiar), tenían que lavar la ropa o "bombachos" (ropa de trabajo en la mina), era una labor titánica, porque en casi la totalidad de las casas no había agua, y esas tareas se hacían en fuentes, ríos y lavaderos sobre piedras o tablas de lavar, en todas las épocas del año, imagínense como sería la labor en los fríos inviernos, con agua, nieve, hielo y además con muchos miembros del núcleo familiar trabajando. Lo dicho, ¡titánica!

Con la llegada de jabones y lejías modernos mejoro y simplificó algo el duro proceso. Los lavaderos creados ayudaron bastante, las mujeres ya no estaban tan expuestas a los rigores climatológicos. Los lavaderos se encontraban diseminados prácticamente por todo el concejo, siendo estos considerados (junto a los bares para los hombres), como los centros de socialización, en ellos, las usuarias se enteraban prácticamente de todo lo concerniente a su entorno, hoy en día, esos lavaderos son testigos mudos de ese tiempo.

Las carboneras. Las difíciles condiciones económicas de la época, el paulatino desarrollo del sector minero, y la falta de escrúpulos de los empresarios, hicieron que poco a poco, las mujeres y los menores de edad se pudieran ir incorporando al trabajo en las minas. En la mayoría de los casos realizaban tareas consideradas secundarias en el entorno minero, a pesar de ser labores imprescindibles en el desarrollo de la explotación. En aquellos años los trabajadores y trabajadoras no tenían ninguna cobertura social y los contratos sin ninguna consideración, servían y ayudaban al sustento de las familias. De forma habitual las mujeres y los menores para poder acceder al puesto de trabajo, debían de tener el permiso de su padre, tutor o marido para emplearse en los lavaderos de carbón y minas subterráneas, donde podían cubrir diferentes puestos.

Estas mujeres trabajaban en instalaciones muy precarias, las condiciones eran muy duras (frío, polvo, humedad, etc.), trabajaban de pie y sufrían frecuentes dolores en todo el cuerpo, sobre todo, las que escogían los desechos en las cintas transportadoras de carbón, debido al peso de estos. No obstante, y a pesar de las malas condiciones laborales, las mujeres nunca lograron el reconocimiento de ninguna enfermedad laboral de los variados achaques que sufrían, entre ellos la silicosis.

La ocupación en los lavaderos rompía con las labores femeninas tradicionales, en muchos casos, esto provocaba una negativa reacción social, y no pocas veces se las tachaba de mujeres con poca moral, que era la crítica habitual para descalificar a las mujeres que no se adecuaban a los patrones culturales asignados para ellas. La mayoría de las mujeres tenían la categoría profesional de escogedoras pero también existieron otros trabajos como cargadoras o paleadoras, cribadoras, pizarreras. También contrataron aguadoras, guardabarreras de vía estrecha y ancha. Desde aproximadamente 1930 empezaron a emplear algunas lampisteras y ayudantes de lampistería y, en la parte no productiva, también contrataron a un buen número de limpiadoras y algunas enfermeras y telefonistas.

La llegada de Hunosa. Las mejoras técnicas de mediados del siglo XX en los lavaderos y la llegada de Hunosa (9 de marzo de 1967), causaron la desaparición de las carboneras y paleadoras, que siguieron trabajando en la empresa, pero reconvertidas en limpiadoras. Las mujeres nunca consiguieron desligarse del todo de esta faceta femenina, y como eran muy polivalentes, también se les encargaban otros cometidos, como por ejemplo lavar y remendar la ropa de la jefatura de los centros de trabajo. Eso sí, casi la totalidad de las empleadas, tenían acceso al "vale" de carbón.

Era muy frecuente en aquellos años y empujadas por la necesidad, ver mujeres por las escombreras y por las vías del tren recogiendo carbón, estás tareas eran complementarias a las que dedicaban parte del día. Las empresas consentían esta actividad y no planteaban mayores problemas. Las que acudían a las escombreras solían llevar una especie de fesoria (azada) o un pequeño gancho de hierro con dos dientes, para coger el carbón mezclado entre los estériles, el mineral recogido lo guardaban en calderos o cestos para posteriormente venderlo a los carboneros o particulares, sin embargo otras muchas recolectoras, empleaban este carbón para el consumo familiar. Se conocen casos curiosos y hasta asombrosos de algunas de esas trabajadoras, por ejemplo: se sabe que en función del tiempo empleado a la recogida del mineral, podían recoger hasta los 100 kg diarios, pero se conocen casos excepcionales de mujeres que lograban recoger los 150 y 200 kg de carbón diarios, una cifra prodigiosa, dada las circunstancias de la tarea y las condiciones del medio donde se realizaban.

Las mujeres en las cuencas mineras desempeñaron un papel fundamental durante la industrialización, sin embargo carecieron históricamente de la valoración social merecida, a pesar de algunos reconocimientos puntuales.

Estas mujeres siempre se sintieron solidarias con los históricos conflictos de la minería y participaron activamente en apoyo de los mineros, dándose en muchas ocasiones una dura represión y vejaciones por parte del régimen hacía ellas, aun así, se mantuvieron firmes y convencidas en sus propósitos.

Posteriormente, y ya mucho más reciente, amén de mejores condiciones laborales y sociales, las mujeres se incorporaron a la minería subterránea en la empresa pública Hunosa en enero de 1996.

Para finalizar, se hace obligado decir que las mujeres del carbón, todas, desempeñaron un papel fundamental durante la industrialización de nuestros territorios, a buen seguro que como en otros espacios industriales de este país, sin embargo (a mi modesto entender), la sociedad tiene una deuda histórica con ellas, porque esas duras mujeres colaboraron y aportaron mucho en la construcción de una sociedad más justa y equilibrada.

Hasta nuestros días y de momento, a pesar de haber habido algunos reconocimientos puntuales en las comarcas mineras, se echa de menos un reconocimiento social más relevante, y que ponga las cosas en su sitio, puesto que ellas se lo han merecido y ganado a pulso: "Nadie les ha regalado nada". Como dijo el novelista ruso, Dostoyevski (1821-1881): "La verdadera verdad siempre es inverosímil".

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