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La tercera España

Los españoles que de forma silenciosa y sosegada viven la situación política con perplejidad y preocupación

El término "tercera España" se ha empleado en Historia con cierta asiduidad para referirse a la población que no se identificó plenamente con ninguno de los bandos de la guerra civil.

En unos casos eran combatientes que, asqueados por las atrocidades del frente y por las mezquinas miserias de retaguardia, abominaron de sus propios "colores".

En otros casos, hablamos de intelectuales que si bien apoyaron desde un principio el advenimiento de la Segunda República pronto renegaron del ambiente revolucionario y de algún modo se mostraron críticos con el Gobierno, aunque tampoco se alinearon con el alzamiento golpista. Eran personalidades de la talla de Sánchez Albornoz, Unamuno, Ortega, Clara Campoamor, Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, etc...

Ese posicionamiento les valió la desconfianza y el recelo (por no decir la antipatía) de los españoles de ambos bandos.

Finalizada la guerra, también hubo personalidades de la talla de Jesús Monzón -histórico dirigente del PCE que fue defenestrado- o en el otro extremo ideológico Dionisio Ridruejo quien -siendo uno de los autores del himno "Cara al Sol" y máximo propagandista de Falange- escribió a Franco diciendo que no le importaba acabar fusilado por el enemigo, pero que lo que en verdad no podía consentir era que le fusilaran confundido entre aquello que deploraba.

Ambos, desde políticas muy distantes, acabaron siendo personalidades que brillaron con luz propia en la vida intelectual y que a mi modo de ver pasaron a formar parte de la "tercera España".

Todo esto que escribo viene a colación porque, tras la manifestación del pasado domingo día 10 de febrero en la plaza de Colón de Madrid, considero importante dejar constancia de que también hay una "tercera España", silenciosa y sosegada, que vive estos acontecimientos con una mezcla de perplejidad y preocupación.

Me refiero a una España que siendo partidaria de la unidad de los pueblos no pretende la uniformidad de las gentes. Que siendo constitucionalista no reniega del diálogo ni de las soluciones políticas para resolver los conflictos.

Una España que, desde ideales de progreso, no entiende que unos territorios de forma unilateral e insolidaria pretendan segregarse del resto del Estado a no ser porque ese sentimiento esté alimentado por intereses creados desde élites políticas y económicas. Por lo cual, resulta inaceptable.

En cuanto a Cataluña, entre los continuos delirios del independentismo más destructivo y la cerrazón de las derechas de ámbito estatal que buscan pescar votos en ríos tan turbulentos, existe una "tercera España" formada por personas que en materia económica y social, de derechos civiles y de progreso, podemos declararnos defensores de valores republicanos o incluso abiertamente de izquierdas pero que no entendemos ni asumimos que la decisión de redefinir el modelo territorial y la configuración del Estado pueda ser atribución exclusiva de una parte de la población y no del conjunto de los españoles conforme a la Constitución, la cual sin ser inmutable debe resultar inviolable.

Tristemente, una vez más, los que planteamos matices y no queremos situarnos en bloques irreconciliables ni en bandos maximalistas sino que soñamos con un país solidario, diverso, moderno y puntero seremos la "tercera España" incomprendida, odiada incluso a partes iguales por los unos y los otros.

Pese a ello, lo que impone la honestidad es mantener la coherencia aunque el precio sea la estigmatización.

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