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Dando la lata

Letra pequeña

Una práctica consentida para confundir o engañar al firmante

Me acaba de llegar el panfleto publicitario de un fondo de inversión y reconozco que no entendí absolutamente nada. Bueno, si dejamos a un lado los grandes titulares y los lemas impresionantes, lo demás, como si fuera abisinio. Eso sí, unos gráficos tan estupendos como ininteligibles, pues se referían a conceptos extrañísimos. Y sobredosis de nombres en clave e iniciales de conceptos que no has oído jamás. Si esa es la publicidad, imaginen el contenido de lo que se firma al suscribir uno de estos productos. Es una terminología tan compleja que, como no seas un profundo conocedor de la materia, eres incapaz de saber dónde te estás/están metiendo. Y eso si ponerte a leer la letra pequeña, que por algo se llama así, porque no hay quien la lea, primero porque hace falta una lupa y, segundo, porque aunque la tengas, resultará imposible sacar algo en claro.

En estos últimos tiempos, por motivos laborales he tenido que leer muchas escrituras de hipotecas y hay que concluir que, en su inmensa mayoría, fueron redactadas para ser incomprensibles para el cliente que se echa la piedra al cuello para una pila de años. Hasta los abogados, en no pocas ocasiones, no enfrentamos a clausulas que no hay manera de descifrar, redactadas así a propósito, para que el paisano de la calle no se atreva ni a preguntar.

¿Se preguntaron alguna vez por qué existe la letra pequeña? Si todo es tan claro y legal, ¿a santo de qué viene esa minúscula y farragosa redacción? Pues, ya se lo digo yo, para metérnosla doblada. Entonces, ¿por qué una práctica claramente engañosa se consiente? Porque, vuelvo a decírselo yo, el mundo está así montado y buena parte del rendimiento económico proviene de esa letra pequeña que, cuando te quieres dar cuenta, desmiente lo que decía la letra grande, la del ahorro, la de la oportunidad, la de la seguridad, la de la garantía. Y es que lo que mueve el mundo es la letra pequeña. Por eso está como está.

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