El caso es que todo el mundo conoce a Vox, que en poco más de un año ha pasado de ser una tertulia de café a un fenómeno de masas. Pero casi nadie ha escuchado lo que dice Vox por boca de la gente de Vox. Españoles de todos los rangos de edad saben de Vox, lo que propone Vox y, sobre todo, lo que el resto del espectro político y mediático opina de Vox. Porque son todos los demás, desde los situados en las antípodas ideológicas hasta los que compiten por ese voto que fluctúa entre la derecha y la más derecha, los que le están haciendo el caldo gordo a Vox.
De hecho, ni queriendo saldría una campaña publicitaria más exitosa. Y a cargo de la competencia, que es lo que más agudo. Las izquierdas pusieron todos los altavoces mediáticos en dedicación exclusiva a señalar, criticar y rebatir cuanto procede de Vox, que no tiene más que acercar la cerilla al reguero de pólvora y aguardar el brillo de la cohetería. Una mecha aquí, otra más allá y que los rivales hagan la campaña electoral de Vox. Y pican el anzuelo. Y dan tal resonancia a los titulares voxianos que el votante no tiene que esforzarse en buscar qué es y quiénes son estos de Vox. Una molestia que le está evitando la competencia. La extrema izquierda, porque se espanta con extremos que los suyos. La izquierda social-capitalista, porque le viene de perlas que el otrora bloque conservador se divida, aunque ello suponga el riesgo de contribuir a que el suflé ultra tome volumen. Al centro derecha, porque intuye que puede pescar en el banco de votantes conservadores con reparos. Y a la derecha de toda la vida, porque la expropiación del monopolio ideológico lo deja a uno mal sentado e incómodo.
Si el resultado propagandístico es consecuencia de una estrategia premeditada, habría que reconocer que dentro de Vox existe vida inteligente. Si, por el contrario, es una consecuencia imprevista, habría que descartar la actividad inteligente en la competencia.
