La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Éxodo

Hace unos días se publicaba en este diario, bajo el título de "Mieres no gusta para vivir", el saldo migratorio de una localidad que en los últimos 15 años ha perdido casi 10.000 vecinos. Y al mismo tiempo se desgranaban algunos de los motivos, entre los que, una vez más, el natural envejecimiento de sus habitantes se llevaba la parte más importante de esa sangría que provoca un fuerte desequilibrio en el concejo.

Una situación parecida ocurre también en el Nalón. Las cabeceras de población más importantes ven reducidos sus efectivos, a veces de modo alarmante. Entre ambas Cuencas el doce por ciento de sus habitantes tienen más de 75 años, una tasa tres puntos mayor que la de este país, y cuatro de cada cien vecinos soplan ya más de 85 velas.

Mientras leía estos datos que, por cierto, forman parte de una historia que va camino de convertirse en interminable, al menos en nuestro territorio y también en nuestra región, me vino a la memoria una cita de Pablo Neruda: "Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres?". Y cuando estos problemas son de tal envergadura se hace más necesario que nunca ampliar la sonrisa y llenarse de coraje para buscar soluciones que no son nada fáciles pero que a un tiempo son absolutamente necesarias.

Somos memoria. Entender la vida es hacer un viaje alrededor de nuestras raíces. Un itinerario por los pueblos rurales de España nos demostraría que existe ya desde hace muchos años un país deshabitado dentro del nuestro. En solo veinte años, entre 1950 y 1970, el campo español se vació y las consecuencias afectan tanto al campo como a la ciudad, un daño prolongado que marca nuestras características actuales.

Puestos a llenar nuestras alforjas de valor, a prepararnos para una batalla difícil donde las haya (el envejecimiento tiene una marcha propia), algunos de los focos en los que se ha puesto la atención pasan, entre otros, por potenciar el desarrollo y la innovación con proyectos empresariales que a su vez cuenten con el respaldo de las instituciones o por ciudades más sostenibles a sus tres niveles: sociales, medioambientales y económicos.

Nada tengo contra tales medidas; por el contrario, deseo que se cumplan ya de una vez tantas promesas. Sin embargo, mi modesta opinión es que nada de esto será posible mientras no se produzca una profundización en nuestra cultura democrática que vaya mucho más allá de sus aspectos formales: el voto cada cuatro años, el anclaje a una Constitución necesitada de una mano de pintura? Y, sobre todo, que los ciudadanos seamos librepensadores, algo más que súbditos o rehenes de nuestras ideas (si jaleas a los de tu tribu todo va bien; por el contrario, si haces notar alguna discrepancia, te conviertes en adversario o cuando no en un enemigo). Si además las leyes tienden a favorecer a los más fuertes y a dejar desprotegidos a los más desfavorecidos, la solución a cualquier problema no hará más que enredarse en las tantas veces turbias telarañas del electoralismo.

Lo deja bien claro Muñoz Molina en su novela "Todo lo que era sólido". "Cuando la barbarie (en este caso la demagogia y la mentira) triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la claudicación de los civilizados". Evitar el éxodo poblacional significa también anclarnos en nuestras raíces democráticas, en la memoria de un tiempo en el que la libertad era algo más que el territorio sagrado de la mayoría de nuestros gobernantes actuales.

Compartir el artículo

stats