Era agosto y en un Mieres del Camino vacío por la canícula asturiana, inicios de la reconversión carbonera, había ocurrido algo. Una muerte trágica, una región de vacaciones, hermetismo oficial. Ni en Oviedo, ni en el valle del Caudal unos cuantos redactores movilizados de varios frentes tenían forma de obtener un dato. Estaba de vacaciones, en su dacha de León. No existían todavía ni internet, ni las redes, ni los móviles. Descolgó el teléfono fijo interrumpiendo su descanso de secarral y atendió con presteza, como siempre, una petición a la desesperada. "Oye, que pasó esto y no somos capaces de obtener información sobre el caso". A la media hora, desde la distancia, sin despeinarse, después de unas cuantas llamadas estratégicas, el misterio estaba resuelto y el suceso completado.

Ese era Amadeo Gancedo, el hombre que lograba lo imposible, con el que mueren un pedazo de la historia contemporánea de Mieres y una manera exhaustiva de entender lo local, el periodismo de proximidad.

Aquel destello de oficio y profesionalidad quedó grabado para siempre en la memoria de quienes lo presenciaron porque desde ese mismo instante observaron reveladas tres certezas: para tener alguna historia valiosa que contar necesitas trabajarte la confianza de las fuentes, has de conocer con los ojos cerrados el terreno de la comarca que pisas y debes ganarte el aprecio de sus gentes entregándote a ellas con generosidad.

Gancedo hizo tantas cosas, bregó en tantos frentes que resulta indefinible e inclasificable. Por su multitud de intereses tenía algo de renacentista. Y renació varias veces, con una constancia inquebrantable. Aprendió de nuevo a caminar cuando la enfermedad invalidó sus extremidades y no le amilanaban los exagerados madrugones para encajar en su ajetreada agenda unas horas de natación en la piscina de Mieres. Su cuerpo lo necesitaba para mantener el castigo a raya. Por sus orígenes en la Tuña del general Riego, también tenía mucho de vaqueiro: noble, laborioso, solidario, trashumante y libre.

Nada malo salió de Mieres. Siempre lo decía Julio Puente, otro maestro añorado, mierense al que mucho admiró y con el que tan fenomenalmente se entendía. En los últimos festejos colectivos queda para la memoria ese instante de ambos frente a frente, con tantas cosas compartidas a la espalda, sentados en un banco, de cháchara irónica y risueña contemplando a los demás. "Después de Hunosa, eres el mayor empleador de las Cuencas", comentaba Puente a Gancedo cada vez que le veía entrar por la redacción y era sometido en el confesionario a un exhaustivo interrogatorio sobre sus nuevos proyectos.

Había tanto de amistosa socarronería en la afirmación como de certera observación de agudo cronista. Ciertamente, todo lo bueno de Mieres lo contó Amadeo Gancedo desde LA NUEVA ESPAÑA y ahora que muchos ensalzan el emprendimiento, pocos como este tinetense trasplantado a los alrededores de la plaza de Requejo contribuyeron a aumentar el bienestar de su pueblo implicándose en mil iniciativas empresariales y sociales.

Nunca lo tuvo fácil y a todas las adversidades se sobrepuso. Puede glosarse su figura desde múltiples caras, la periodística, la laboral, la institucional, la personal, con su cercanía y humanidad, y en cada una hallar actitudes ejemplarizantes. Pero esas múltiples cartas de navegación en realidad guían hacia un solo destino, mandamiento único de su trayectoria. La enseñanza más valiosa que Gancedo lega a quienes le conocieron es que en la vida, por muy cuesta arriba que te lo ponga, verdaderamente solo importa una cosa: levantar la vista, aceptar lo que toca, echarle coraje y no rendirse jamás.