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Velando el fuego

El libro en papel

Una reflexión sobre la lectura y la celebración del Día del Libro

Una vez más se ha vuelto a celebrar el 23 de abril el Día del Libro, una tradición muy antigua, si bien hay que reseñar que la fecha inicial de conmemoración, y así sucedió durante unos cuantos años, fue la del 7 de octubre, por entender que ese era el día en el que había nacido Cervantes. Posteriormente, y ante las dudas y críticas a ese día elegido (por una parte no se sabe en verdad cuando vino al mundo el autor de El Quijote, y por otra, dado que se trata de una fiesta callejera, se pensó que mejor sería trasladarla a la estación primaveral), se mudó al día que hoy conocemos y que coincide con el fallecimiento de Cervantes, Shakespeare y el inca Garcilaso de la Vega.

De todos es sabido los fastos que acompañan a esta efeméride, en la que abundan los eventos de todo tipo: entrega de rosas, regalo de libros, lecturas de clásicos? Todo se va sucediendo durante esas veinticuatro horas en las que se nos ofrece la oportunidad de viajar por un bosque de letras en el que terminaremos encontrándonos con alguno de nuestros héroes favoritos. Y donde también, por fortuna, se exhiben otras realidades que muestran una diversidad cultural distinta, un valor que, poco a poco, aunque con dificultades: hay ejemplos sobrados de ello, va abriéndose paso entre nosotros.

Sin embargo, no todo son cánticos triunfales en este día. Vale que se alaben los libros como portadores de valores que hacen posible construir espacios de libertad y de igualdad, del mismo modo que los festejos de ese día sirven para reafirmar el compromiso de la sociedad, a través de sus instituciones, con el fomento de la lectura; pero son indudables los peligros que se agazapan en ese bosque de las letras: desde los que se refieren a los propios derechos de los editores, como también a los de los autores (entre otros, el reconocimiento de la plena compatibilidad entre pensión de jubilación y rendimientos de la propiedad Intelectual).

La cultura libresca ha comenzado a decaer (cito las palabras de Juan Luis Posadas: "Ya no se considera prestigioso comprar y leer libros, sino algo tan anticuado como las hombreras o las gafas de pasta"). Una vez más el mercado ha impuesto su ley mediante la introducción de sofisticados mecanismos digitales y de múltiples dispositivos de lectura, un modo, dicen los voceros interesados, de atraer a más lectores. Saben que vivimos en una época fugaz, con sus esquinas líquidas y propicias para el lucro, en donde el placer se contabiliza por kilos de euros. Nada, pues, de ese goce de entrar en una librería, admirar la portada sugerente de un libro, acariciar sus páginas con deleite?Ya se sabe que eso queda para los románticos, que eran esos tipos desnortados, a los que la fiebre de los sueños se les subía a la cabeza.

En el libro "El fin de la Historia y el último hombre", Fukuyama defiende el fin de la historia humana como lucha entre ideologías, sustituida por un mundo en el que se han impuesto la política y la economía de mercado. A pesar de ello, las últimas estadísticas resultan muy reveladoras: ocho de cada diez personas que leen libros lo hacen en papel (a ello contribuye que, tras varios años, la producción editorial ha subido su porcentaje de edición en papel). No todas las esferas de la actividad humana son dominadas por la lógica implacable de los mercados. Y leer, sobre todo en papel, es una de ellas. Más allá de lo que intuíamos, parece ser que son las nuevas generaciones las que comprenden mejor esta diferencia. Además, se ha demostrado que de esta manera se tiene un mayor recuerdo y una mejor comprensión de lo leído.

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