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Vuelo hacia la eternidad

Una despedida para Amadeo Gancedo, el cronista de raza que perseguía la noticia, y, sobre todo, amigo

Paz y silencio. Así tituló una mujer el bello texto literario al que dio lectura en el acto de despedida a Amadeo Gancedo en la iglesia de San Pedro Apóstol. Y así se quedó Mieres este pasado fin de semana: en silencio, porque se nos fue otro baluarte extraordinario de la mierensía. Estoy seguro de que a esta hora estará en algún rincón del firmamento, departiendo con Luis Estévez Llaneza "Cholo", Ana e Ignacio González Orejas, Alfonso García Magdalena, José María Pellanes, Vicente Álvarez Bouza, Raimundo Peña, Luis Fernández Cabeza, Faustino Fernández Álvarez, Julio Puente y otros comunicadores mierenses que dejaron huella en los medios informativos en los que, a diario, plasmaban la realidad de la comarca.

Se fue el espeleólogo de la noticia, a la que perseguía hasta lo más profundo de su raíz, para ofrecérsela con la máxima fidelidad a sus lectores. Un periodista que trabaja hasta la extenuación, con rigor y objetividad, para destapar las injusticias, me merece siempre un gran respeto y admiración. Y ese era Amadeo Gancedo. Un periodista de raza, pertinaz y escudriñador de la actualidad diaria. Un luchador incansable que supo enfrentarse a la vida, superar la enfermedad que le había postrado en el lecho mucho tiempo y sobreponerse ante cualquier eventualidad. Me parece que es más difícil enfrentarse a la vida que a la muerte. Y Gancedo supo hacerlo.

Le conocí a finales de los 70. Fueron muchos años compartiendo a diario los acontecimientos que merecían la atención informativa. Pasamos muchas tardes, noches y madrugadas al lado de los castilletes, porque la fatalidad se había cebado con los mineros. Cada día en la calle, buscando la noticia. Era la época en la que, independientemente de los medios, reinaba el compañerismo. Alguien se enteraba de algo que había ocurrido y avisaba a los demás. Y era rara la semana que no preparábamos alguna pitanza, con el Ochote La Unión de invitado, ¡por supuesto! La relación de amistad entre Gancedo y el Ochote era mutua. Así quedó plasmado en el libro "Voces amigas" que le dedicó a la formación coral. Los Ocho Magníficos, como yo mismo les bauticé, formaron parte importante en muchos momentos de ocio de los informadores mierenses. Estaban en todas y, nosotros, también.

Ahora que nuestro buen amigo nos estará viendo desde el cielo, recuerdo cuando hace muchos años, él y yo nos subimos a un ultraligero en Villadangos del Páramo. Un ex militar de las Fuerzas Aéreas de la Virgen del Camino había instalado un hangar y vendía por 500 pesetas paseos de 15 minutos volando por el cielo de León. Amadeo Gancedo fue a hacerle un reportaje y aprovechamos para subirnos a aquel artilugio formado por tres barras de hierro y unas telas, con motor, que despegaba y aterrizaba en pocos metros. Fui el primero en subirme. Me temblaban las piernas y se me erizaban hasta las cejas; pero tras unos minutos de vuelo, el piloto que iba a mi lado apagó el motor y planeamos a 400 metros de altura. Me daba la impresión de estar sentado en una silla en el aire, con un silencio impresionante y una visión diminuta de lo que estaba ocurriendo allá abajo. Después se subió Gancedo y ambos coincidimos en que había sido la mejor experiencia que habíamos vivido en mucho tiempo. El vuelo que acaba de emprender ahora mi buen amigo es, si cabe, aún más especial porque se trata de un viaje hacia la eternidad; pero quienes nos quedamos aquí le mantendremos siempre presente en nuestro recuerdo. Gracias por todo amigo. Descansa en paz.

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