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Velando el fuego

Que no pare la música

Sobre las puertas giratorias y los salarios de políticos que se van a las eléctricas

No parece exagerado afirmar que avanzamos hacia una sociedad en la que las personas mayores tendrán cada vez más protagonismo. De modo que en el siglo XXI se configurará un fenómeno nuevo y definitorio: el envejecimiento poblacional. Son variados los motivos que conducen a esta situación. Los procesos de industrialización, urbanización y modernización social, a los que se suman los avances tecnológicos, sanitarios y científicos han provocado la disminución de las tasas de natalidad y mortalidad. Todo está preparado, apuntan algunos estudios, para que los políticos del futuro sean elegidos entre personas que ya peinen canas, y en algunos casos abundantes.

Desde siempre he procurado mantenerme alejado de las idolatrías, esa admiración excesiva hacia alguien que, en muchas ocasiones, se convierte después en un pozo de decepción. Las franjas de edad no son para mí más que una etiqueta en el camino, una división cronológica a la que respeto, pero que no me lleva a convertirme en seguidor de ninguno de sus componentes. No solo respeto sino que en algunos casos admiro a los jóvenes, pero a un mismo tiempo no dejo de percibir en ellos las lagunas propias de su edad, y lo mismo me sucede con los mayores. Vale que su experiencia sea importante, que aporten conocimientos y una abundante hoja de méritos en algunos casos, mas también hay quienes lo aprovechan para buscarse un lugar al sol.

Baste como muestra la reciente lista de expolíticos famosos, procedentes la mayoría de las filas del Partido Popular y del Partido Socialista, y que se suman a la lista de las empresas eléctricas y de otros sectores privados como consejeros, delegados, asesores o como se prefiera denominar a ese trasvase hacia las puertas giratorias de la política. El listado al que me refiero, de muy reciente actualidad, aúpa a los primeros puestos a unos cuarenta principales en su día y que hoy cobran importantes salarios -en algunos casos cercanos a la obscenidad en un país en el que la mayoría de sus trabajadores no alcanzan a llenar la nevera hasta fin de mes- de empresas que tienen un hilo directo con las decisiones políticas que nos incumben a diario y que, por tanto, colisionan con los legítimos intereses públicos.

Quizás si una voz inocente les preguntara por los motivos de su decisión, se debatirían entre el cinismo de que hay que aprovechar las oportunidades, da igual de dónde sople el viento, hasta los más progresistas que ya no se verán reflejados en el espejo de sus sueños pasados (la juventud se acaba, dirán, es inevitable; le sucede como al sarampión, que termina por curarse), así que no hay mejor opción que alejarse de los delirios de Don Quijote, sentenciarán antes de mezclarse entre las filas del orden.

El fenómeno no es novedoso, precisamente, en la historia. La edad de oro para toda la humanidad ha sido sustituida, sin ningún reparo, por la edad de plata del dinero. Y si alguien tuviera curiosidad por saber dónde están los antiguos apóstoles que amenazaban con cambiar el mundo, lo tiene muy fácil: no hay más que conectar con la cadena en la que suenan los 40 principales. Allí están a todas horas, enfundados en sus antiguos trajes de pana o en sus coderas progresistas, e intentando conseguir el milagro de la ubicuidad: hacerse ver cada cuatro años en las campañas electorales de su partido y al mismo tiempo gritando "que no pare la música". La de los millones de euros que cobran por su importante colaboración, naturalmente.

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