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Ítaca en el siglo XXI

La última obra del felguerino Néstor Fernández Zapico

En algunas ocasiones me preguntan, o soy yo mismo quien me interrogo, por las claves de la escritura, y eso suponiendo que exista una receta mágica que haga borbotear ese fuego interior que todos llevamos dentro. En todo caso, siempre me refiero a una fórmula sencilla, al alcance de todos, o al menos de la mayoría, que se puede resumir -contesto en esas ocasiones- con una letra que, además de servir para poner en pie el esqueleto literario, resulta también imprescindible para conducirse por la vida. Abrir bien los ojos, estar al tanto de cualquier detalle o charla que pueda excitar la imaginación, viajar por uno mismo; en suma, llevar siempre la ce de la curiosidad como bandera. No en balde Bioy Casares dijo que "Escribir es agregar un cuarto a la casa de la vida".

Y como de eso se trata, precisamente, de ampliar el armazón vital de cada cual, de ir sumando habitaciones y estancias a nuestro hábitat particular, el escritor felguerino Néstor Fernández Zapico puso manos a la obra y, cual experto arquitecto, construyó un edificio digno de admirar, tanto por la elección y actualidad de su estructura: la problemática del medio ambiente, como por los materiales empleados, siempre dispuestos a revisión o mejora.

La complicidad con cualquier lectura, a veces resumida en una adhesión inquebrantable y sin fisuras, no acostumbra a llevarse bien con la divergencia sana y seria de alguna de sus páginas. Por lo común, tendemos a equiparar el mundo con la extensión de nuestro territorio, sin darnos cuenta de que, más allá de nuestra vista, existen otros lugares en los que otras personas respiran a veces de un modo distinto al nuestro; pero, en todo caso, su oxígeno -salvo circunstancias extremas- es también necesario para conseguir el equilibrio ambiental.

Y aquí radica uno de los méritos del libro, esa fachada de piedra vista a la que cualquiera puede asomarse y, además, agregar o poner en duda alguno de sus elementos. Habrá quien opine que el ecologismo, unido al feminismo y a las demandas democráticas puede llegar a ser el movimiento de cambio político de este siglo, del mismo modo que habrá otras personas que entiendan que el papel del movimiento obrero, como sujeto transformador, debiera haberse resaltado más. Pero lo que sí parece poner a todos de acuerdo es que el cambio climático constituye un serio aviso acerca de los excesos de la economía internacional, que no encuentra contrapesos democráticos a su poder, y que la batalla contra este nivel de hegemonía de los mercados sólo será efectivo en la medida que se planifiquen acciones y respuestas que tengan un carácter global.

Hace unos días, en un billete de este diario, Pedro Silva insistía en la necesidad de una toma de conciencia verdadera ante el gravísimo problema del cambio climático. Incluso remataba que si nos demoramos mucho, cuando esta tenga lugar, pudiera ya ser demasiado tarde. El libro de Néstor incide en lo mismo y, por ello, resulta muy oportuno en estos momentos alumbrar el camino a las utopías que es el viaje hacia Ítaca. Si admitimos que existe más de una receta, y que cada cual cocina la suya con la mejor intención, termino con una frase que leí hace poco, y que, a mi juicio, añade el punto necesario de cocción: "Frente a la emergencia climática hay que frenar el descontrol de la economía. A fin de cuentas, y esta es una visión más, naturalmente, el capitalismo rapaz es el origen y el fin del guiso".

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