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En memoria de los mártires del Quiché-Guatemala

Los asesinatos de los misioneros José María Gran (catalán), Faustino Villanueva (navarro) y Juan Alonso (asturiano)

No podemos ni queremos que pasen estos días sin tener un recuerdo y una palabra acerca de nuestros compañeros sacerdotes y catequistas con los que compartimos años y misión, en los años 70 y 80, en el Quiché-Guatemala, años de violencia extrema, que entre otros tristes sucesos, dieron como resultado: 200.000 exiliados dentro y fuera del país; pueblos y aldeas arrasadas literalmente con sus cosechas, gentes torturadas?; quema de la embajada española con un resultado de 37 muertos entre empleados, campesinos y gentes que los apoyaban como periodistas y otros.

Hoy queremos recordar especialmente el martirio de tres sacerdotes, misioneros del Sagrado Corazón: José María Gran, catalán, Faustino Villanueva, navarro y Juan Alonso, asturiano de Cuérigo-Collanzo, ocurridos a finales de 1980 y comienzos de 1981.

Las masacres llevadas a cabo por el ejército guatemalteco y sus adláteres no merecen otro nombre que de horrendos y faltos de la más mínima humanidad hacia el "otro".

A José María Gran lo mataron en las montañas de Chajul, cuando regresaba con su acompañante de visitar varias aldeas. A Faustino Villanueva le asesinaron en su casa de Joyabaj militares del destacamento de Santa Cruz del Quiché. A Juan Alonso le torturaron y ametrallaron en el lugar conocido como la Barranca, entre Uspantán y Cunén. Lo tiraron de la moto, lo arrastraron torturándolo como un kilómetro y lo dejaron muerto de varios disparos en medio del monte.

Años más tarde también mataron a Monseñor Gerardi, obispo del Quiché, por descubrir y denunciar las atrocidades de un ejército asesino de gentes inocentes e indefensas.

Es una gran alegría para nosotros que estos tres sacerdotes y siete campesinos catequistas (dedicados a servir en sus comunidades, como representantes de un pueblo masacrado y sin ninguna implicación política) hoy la Iglesia los reconozca como cristianos y misioneros que siguieron los caminos de Jesús fielmente y, como él, terminaron dando la vida por defender la causa de los pobres y necesitados.

Hay un canto que dice: "La muerte no es el final del camino". Amigos compañeros sacerdotes y catequistas campesinos, felices vosotros por seguir los pasos de Jesús y gozar ya de su eterna compañía.

Alguien puede pensar que si los mataron es que algo hicieron y el que piense así tiene toda la razón. Su pecado fue estar al lado de los humildes y de los pobres, llevando vida digna por donde pasaban. El hablar, el hacer algo en favor de los pobres es ir en detrimento de los ricos y sus ansias de tener más y más a costa de lo que sea y de quien sea. Estos "padres" y estos campesinos eran una denuncia a vista de los terratenientes y poderosos y, como le pasó a Jesús, les costó la vida.

Nos dolió en lo más íntimo del corazón vuestro final, nunca deseado, aunque sí soñado como posible. Nos alegramos infinito que hoy se os reconozca como testigos creíbles de fe, como hombres "que pasaron por la vida, haciendo el bien" en el peor de los escenarios.

Os recordamos con admiración y gratitud.

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