La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Velando el fuego

Miedos con corona

La necesidad de saber gestionar el temor y no caer en el alarmismo

Desde siempre el miedo ha sido un catalizador fundamental en nuestras vidas, una música que, con distintas variantes, nos ha acompañado a lo largo de nuestra existencia. Y, precisamente, porque son diferentes sus tonalidades, a veces la partitura ha dado notas muy positivas: el miedo que nos ayuda a prevenir situaciones desagradables o a escapar de ellas aunque sea a última hora; mientras que, por el contrario, en otras ocasiones nos ha confundido y paralizado hasta el extremo de ser el causante de muchas de las desdichas que asolaron a la humanidad. Esta doble sinfonía que produce fobias o espantos, o que nos llena de energía o nos aclara de golpe muchas de nuestras brumas no es, a fin de cuentas, más que el resultado de nuestra duplicada condición personal, en la que caben tantas experiencias vividas que, necesariamente, cada una de ellas se expresa con ritmos distintos. En todo caso, saber gestionar de un modo adecuado el miedo es una asignatura primordial y siempre pendiente de resolver.

Hace días, en una charla que mantuve recientemente con un conocido, acerca del posible alcance y efectos del ya archifamoso virus con corona, le solté de pronto que, sin descartar otro tipo de medidas que sea necesario tomar, nosotros podíamos contribuir en una buena parte a relativizar el problema; si bien, para ello era necesario que fuéramos capaces de gestionar nuestros miedos. A la vista de la extrañeza con la que me miró, creo que no quedó muy convencido de mis argumentos, lo cual tampoco me resultó raro, visto que mis palabras intentaban imponer una dosis de sensatez en un territorio agitado por fuertes convulsiones sentimentales.

No hay más que ver cuál es la reacción de una buena parte de la ciudadanía antes una tos un tanto insistente y, por tanto, digna de figurar en el libro de las sospechas, o ante la aparición de un síntoma febril o de una mínima dificultad respiratoria. Una vez más, y no es nada nuevo, por cierto, las emociones continúan imponiendo su ley, lo que en ocasiones no sirve más que para cegar nuestra visión ante determinadas situaciones.

Vale, le decía yo, que las autoridades competentes no hayan adoptado la suficientes medidas para proteger a la población, o que estas hayan sido un tanto escasas (en situaciones como la actual nunca quedaremos satisfechos del todo, por mucho que exista el más amplio recetario médico). Vale que los medios de información buceen, una vez más, en la parte más escabrosa del problema, añadiendo unos cuantos kilos alarmistas a las noticias. Vale que haya también oscuros intereses económicos que aprovechen el paso de esta descontrolada marea y que la agiten aún más para favorecer sus intereses. Y, cómo no, acepto que exista una jerarquía de miedos, que no sea lo mismo el tifus, la gripe asiática o el ébola, por citar algunas pandemias que me vienen de pronto a la memoria, que otras de menor cuantía. Mas, en todo caso, a nosotros nos corresponde también una parte importante en esa gestión del mapa sanitario. O, lo que es lo mismo, saber colocar nuestros miedos en un lugar que, sin evadirse del contratiempo que nos ocupa, sirva, por el contrario, para conocer mejor el problema y, por lo mismo, entender también cuál deba ser la mejor reacción que debiéramos tomar en un momento determinado.

Aficionado como soy a las citas, cuando abrí el portal de casa me detuve unos instantes antes de subir las escaleras. Había recordado a Sófocles: "Para quien tiene miedo, todo son ruidos". Por si acaso.

Compartir el artículo

stats