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Dando la lata

Desde mi balcón

El descubrimiento de la vida en el vecindario

Diario del coronavirus.

Me asomo y veo caras desconocidas. Es curioso; vivimos prácticamente enfrente y hay mucha gente que no conozco. De hecho, si un día cambias tus rutinas y te mueves en distinto horario y por otras zonas de Mieres, te cruzas con gente que no te suena de nada.

Diviso a una mujer de mediana edad que se ha propuesto dejar las ventanas como el jaspe. A la izquierda vive una pareja joven que comparte vivienda con un perro y un gato. Los días de sol los cuatro desayunan en el pequeño balcón. Por primera vez veo vida en la mayoría de las terrazas que tengo a mi altura. Como esto va para largo, cada uno intenta pisar el exterior cuanto puede dentro de lo permitido. Así fue el primer fin de semana de confinamiento. Una lucha entre el virus, que nos mete en casa, y el sol, que nos impulsa a salir.

También reconozco algunas caras que asoman por las ventanas para contemplar la quietud de la calle. Y nos saludamos desde la distancia con ese alzar de hombros que significa "qué le vamos a hacer".

Desde mi balcón pienso en cómo hemos llegado a esto, qué mundo construimos, dónde nos conduce eso que llamamos desarrollo. Vamos camino de ordenar la reclusión universal para intentar contener una pandemia que lleva nuestro sello. La locura humana en estado puro.

Y pienso también en muchos vecinos nuestros para los que la calle es el lugar más acogedor que tienen y ahora apenas se les permite pisarla. Ellos sí que lo están pasando mal. Así que, antes de quejarse, medítenlo.

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