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Velando el fuego

Coronavirus y cambio climático

Reflexiones sobre dos problemas globales

Dentro de un tiempo que, por el momento, no estamos en condiciones de calcular (uno, dos o tres meses parecen ser los signos más habituales de la quiniela), cuando salgamos a la calle y gritemos a pleno pulmón que se acabó el confinamiento (curiosa palabra con la que a buen seguro no pensábamos encontrarnos), serán muchos los comentarios y la anécdotas que se crucen sobre este estado de alarma que nos obliga a vivir como monjes de clausura, salvo por motivos excepcionales.

Habrá quien, transcurrido el encierro, se haya convertido en un experto cinéfilo: no habrá películas ganadoras de Oscars o de Goyas; documentales de todo tipo; las últimas novedades de Netflix o de Filmin que se le resistan. Al igual que habrá otros que nos sumergirán en un mapa literario que, unas veces, se extenderá por la resecas llanuras manchegas, en pos de las huellas de El ingenioso hidalgo, y otras, atravesando océanos y tempestades marinas, nos conducirá hasta los rascacielos de Nueva York, en cuya ciudad los versos de Lorca, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, 1929, tenían ya un indudable aroma premonitorio de la situación actual: "No preguntarme nada / he visto que las cosas cuando buscan su curso encuentran su vacio / hay un dolor de huesos por el aire sin gente?".

Del mismo modo, no faltarán los que hayan ensanchado sus oídos al compás de excelentes melodías, y también los que se hayan dedicado al deporte, bien en directo: paseando por el rellano del portal y subiendo y bajando escaleras con la pericia de los más avezados montañeros, o delegando en otros, desde el sofá, el desentumecimiento de sus huesos mediante la repetición en la tele de partidos antiguos en los que sus equipos favoritos, Madrid o Barcelona, principalmente, disputaban partidos de liga o de Champions cuando aún el VAR no había abierto los ojos.

Como si algo no nos falta estos días es el tiempo, a veces intento encontrar alguna probable similitud con épocas pasadas. Pero salvo esa peste negra que en el siglo XIV diezmó a más de un tercio de la población europea, creo que nada puede compararse a esta pandemia. Si acaso, y salvando todas las distancias posibles, se podrían hallar puntos comunes entre este gravísimo problema y otro no menos importante como es el del cambio climático. Algunas razones me empujan a pensar así. Ambos son globales, no entienden de fronteras; incrementan las desigualdades, sobre todo en personas con empleos precarios y/o en situación de desempleo, mujeres, mayores, dependientes, personas en situación irregular?; ambas contingencias cambian el concepto de seguridad, de ahí la importancia de contar con una sanidad pública y eficaz, de modo que podamos tener la certeza de que sea posible adaptar nuestras formas de vida a sus impactos: pérdidas humanas y deterioro de la salud, sobre todo.

Lo que este drama nos está mostrando es la necesidad, cada vez más urgente, de un cambio sistémico que nos obligue a repensar nuestro modelo de vida. Al igual que sucede con la crisis climática, se necesitan, sobre todo, soluciones corporativas y un gran poder de anticipación (la crisis climática está avisada por la comunidad científica y se sabe que hay diez años para evitar llegar a una situación insostenible). Como casi todos los problemas, la solución la tenemos nosotros. Vale quedarse en casa, pero, a un tiempo, hay que estrujarse la cabeza. De lo contrario, llegaremos tarde a la cita.

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