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Dando la lata

De los pelos

La necesidad de los profesionales de la peluquería

El secretario de la tertulia del contenedor está casado con una peluquera. Asegura que su esposa teme el día en que finalice el confinamiento. Y es que en un mes y medio ya ha gastado un par de cuadernos de anillas apuntando las peticiones de reserva que llegan a su teléfono móvil. "Ya está dando cita para otoño de 2025", me dijo el hombre, que actualmente, visto el aluvión de solicitudes de servicio profesional, atiende más los asuntos gananciales del cabello que los de nuestra tertulia.

Por su parte, el vicepresidente reconoce que desde hace dos semanas su mujer sale a aplaudir al balcón cubierta con una bolsa del Alimerka. "Chari, cariño, así estás más fea que con la cabeza al descubierto". "Ni en broma; a mí no me ve nadie con estos pelos". Y no hay manera. Así que, como el encierro siga prorrogándose, la convivencia doméstica va a ponerse muy difícil. Es que, y debe de ser cosa de familia, su cuñada lleva diez días atrincherada en el armario escobero y no hay forma humana de sacarla de allí. Y todo porque, asegura, "tengo más raíces que un sauce llorón".

Si será grave el asunto que uno de los vocales, acostumbrado a ir a la peluquería cada vez que el flequillo crecía medio milímetro más allá de lo aceptable, o sea, semanalmente, ahora rechaza todo intento de conexión por videoconferencia. Sonido sí, pero ninguna imagen delatora del desaliño capilar.

Confío en que los expertos, en sus planes de reapertura, tengan bien presente la problemática de los pelos, porque, de no hacerlo, los disturbios pueden ser morrocotudos.

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