Diario del coronavirus.

Los rebrotes se extienden y agravan. Y mi fe en este país decae.

Todos sabemos qué hemos de hacer y qué no, pero da igual e insistimos en favorecer la expansión del virus. Y uno se pregunta qué pasa en esas familias que están consintiendo que sus hijos se vayan de discoteca y botellón. No entiendo que no sean capaces, o no quieran, impedir que sus nenes se conviertan en portadores y transmisores de la infección.

Hemos consolidado un protocolo social que imposibilita que los jóvenes acaten las instrucciones de los mayores, aunque las consecuencias sean tan graves como la muerte.Y han de ser las fuerzas del orden las que intenten poner coto a lo que las familias no frenan.

Yo también fui joven, rebelde y listillo. Pero cuando en casa me daban el alto, por muy mal que me sentase, sabía que tenía que quedarme quieto. Hoy no me creo que todos esos padres desconozcan que sus hijos salen de marcha como si aquí no pasara nada, como si estuviéramos viviendo una época normal. Y, a pesar de ello, sabedores de los riesgos, lo consienten. De verdad que se hace difícil de asimilar.

Normal que una persona como el juez Calatayud, que no dice más que cosas de puro sentido común, tenga éxito. Porque habla de responsabilidad, esfuerzo, obligaciones, disciplina, educación, poniendo en evidencia a una sociedad blanda, comodona y permisiva.

Aquí tenemos las consecuencias: de copas como siempre, despreciando las vidas ajenas, regueros de pólvora que conducen hasta los más indefensos frente a la pandemia.

Y que haya que vigilar y perseguir a los contagiados que, a sabiendas, se saltan la cuarentena, me parece un ejemplo bastante significativo del rumbo que hemos tomado.