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Libros

Ballenas e hijos de Dios

Las cartas de Herman Melville a Nathaniel Hawthorne

La posteridad es caprichosa. Así que conviene no depositar demasiadas esperanzas en ella. Piénsese en D'Annunzio, en su tiempo el escritor más conocido y leído de Europa, y que hoy sobrevive como festín para biógrafos. Claro que si a la posteridad no hay que cortejarla demasiado en vida, tampoco conviene despreciarla. Pocos como Herman Melville podrían dar fe de ello. Alguien de quien Joseph Conrad escribiría en 1907: "Últimamente he tenido en mis manos Moby Dick. Me pareció una rapsodia muy tirante sobre el tema de las ballenas y no di con un renglón sincero en sus tres volúmenes".

Más de medio siglo antes, en 1851, Melville, que acababa de entrar en su treintena, conoció al fundador de la novela norteamericana moderna, Nathaniel Hawthorne, quien a sus 46 años se había convertido, tras la publicación de La letra escarlata, en la estrella de una literatura que buscaba sus temas y territorios. La amistad entre Melville y Hawthorne fue intensa pero breve, un relámpago de año y medio, y aunque se barajan hipótesis dispares para explicar su rápido declive (incluida la posibilidad de que Melville se enamorase de Hawthorne), para la historia de la psicología queda un enigma más o menos fascinante y para la historia de la literatura sobreviven un puñado de cartas, apenas una decena, estas Cartas a Hawthorne que leemos hoy en una sola dirección, pues Melville tenía la costumbre de destruir la mayoría del correo que recibía. Ello sin duda le ha protegido de exhumaciones más hondas. Nunca se sabe de qué se está librando uno al destruir ciertos papeles. Tampoco a qué clase de olvido se expone.

El interés de Cartas a Hawthorne tiene que ver con la mencionada plasticidad del porvenir. Porque en la época de su redacción, mientras el nombre de Hawthorne comienza a extenderse por doquier (la carta del 17 de julio de 1852 es transparente en este sentido), Melville ha sufrido la decepción del fracaso de Moby Dick (Day Book tituló la reseña de la novela: "Herman Melville crazy") y el desastre de crítica y financiero de su siguiente novela, Pierre o las ambigüedades. Las dificultades económicas obligarán a Melville a abandonar su dedicación plena a la literatura. Sus viajes en barco se combinarán con la rutina de inspector de aduanas en Nueva York. Aún vendrán joyas como Benito Cereno, Bartleby el escribiente o Billy Budd, pero algo se ha apagado sin remedio en aquel joven que el 17 de noviembre de 1851, con su inconfundible prosa, escribe a Hawthorne: "¿Quién, desde los tiempos de Adán, ha comprendido el sentido de esta gran alegoría que es el mundo?".

Seguimos sin respuesta para esta pregunta, pero con la perspectiva que la posteridad regala, hoy sabemos que Nathaniel Hawthorne, un grande de la literatura de su país, recibió en su día cartas de Herman Melville, un gigante de la literatura universal. Y que en alguna de esas cartas se mencionaban asuntos relativos a las ballenas y a los hijos de Dios.

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