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Libros

Un buen tío en la ciénaga

El libro de Arcadi Espada sobre los trajes de Camps

"El lector debe creer en la buena fe del periodista". Cuando Arcadi Espada defiende su limpieza de intenciones, para invocar la complicidad de quien tiene entre las manos Un buen tío, el libro está ya lo suficientemente avanzado (327 de sus 474 páginas) como para que sea un llamamiento inútil. Sin algo de convicción para sobreponerse a la sospecha de que el periodista se deja arrastrar por algo más que el afán clarificador resulta difícil llegar tan lejos en este trabajo de coyuntura sobre el hundimiento moral de Francisco Camps, el que fuera presidente de la Comunidad Valenciana, que además intenta ser el retrato de un momento de la sociedad, la política y los medios. "Cómo el populismo y la posverdad liquidan a los hombres", reza el subtítulo orientativo del libro. "La crisis y el subsiguiente nacimiento del populismo judicial y mediático ayudan a explicar el caso", sostiene el periodista.

De entrada, el título, Un buen tío, anticipa ya un juicio sobre el personaje e incluso un perfil que podría hacer perdonables sus venialidades, asuntos muy menores, como caer en los enredos de una buscavidas profesional y dejarse regalar trajes por un importe risible en comparación con las exorbitantes cifras asociadas a la corrupción política. Pero eso no ocurrió. Camps fue víctima de una red, la que tejía la cúpula de Gürtel, que amañaba facturas. Nunca pudo demostrar que se costeaba su propia indumentaria porque, por un principio elemental de economía doméstica y proceder austero, pagaba en metálico, muchas veces con el dinero que sacaba de la caja de la farmacia de su mujer. No pedía tickets para que nadie pudiera sospechar que pretendía desgravar esos pagos como gastos de representación, algo que resultaría perfectamente legal por su cargo público. Todo muy retorcido, un auténtico desafío para la navaja de Ockam, que impone economía y simplicidad constructiva en las explicaciones. Pero la única verdad, la definitiva, sobre el asunto, establecida según método contrastable, es la resolución de hace ya casi cinco años en la que el Tribunal Supremo ratifica la absolución de Camps por un jurado popular.

Al periodista no le gusta que esa verdad se acompañe del término "judicial", que, a su entender, la socava y deja entrever que pueden existir verdades sin certezas. La búsqueda de la verdad está en el centro del libro de Espada, en su análisis de 120 de las 169 portadas que a lo largo de tres años, desde comienzos de 2009 hasta los inicios de 2012, "El País" dedicó a Camps y al asunto de los trajes. La primera pregunta, y la primera sospecha, salta en torno al empeño del autor en centrarse sólo en ese medio, como si fuera un caso exclusivo del diario. Espada desmenuza las informaciones y el resto de los géneros propios del quehacer periodístico para mostrar la mala praxis, la chapuza por la incapacidad de concretar los hechos (enumera hasta 18 cifras distintas del importe de los trajes), la perseverancia en los equívocos, la negativa a reconocer errores y, por encima de todo ello, la intención inculpatoria que orienta lo publicado. Muestra la caza mediática al hombre en connivencia con una instrucción judicial en manos de un juez "inútil", al que hay que añadir la "mala calidad" del trabajo de policías y fiscales. "Lo realmente extraordinario fue que el caso llegara a juicio atravesando todas las garantías del Estado de Derecho", escribe.

A priori, Un buen tipo podría parecer útil como libro de texto para un curso monográfico en una escuela de periodismo, si no fuera porque carece de la asepsia necesaria para ello. El autor se traiciona a sí mismo cuando sacrifica el afán de defensa de la "modesta verdad" del periodismo ("la aspiración de explicar la verdad, aunque no sea toda la verdad, debe permanecer inalterable") en los juicios de intenciones sobre algunos responsable del medio, o la descalificación, con ensañamiento, de redactores y opinantes. Una traición que se prolonga en el entreguismo a su personaje, al que exonera incluso de la falta de olfato para percibir que era el señor de la mayor ciénaga política de España, como las distintas causa abiertas van mostrando, o llega a rubricar algo que bien pasaría por un argumentario de partido. Esos indicios podrían llevar a un lector malévolo a sospechar que está ante un libro de encargo. En ese momento conviene mirar hacia la propia trayectoria del autor, quien ya en anteriores ocasiones -como en Raval (Del amor a los niños) sobre los casos de pederastia de los años noventa en el barrio barcelonés- mostró valor suficiente para encararse con la apariencia de verdad que pueden tejer la marcha a la par de la investigación policial y el trabajo periodístico, una disposición a ir a contracorriente rayana a veces en la provocación.

El empeño de Espada en defender un método periodístico que, con independencia de los soportes, sobreponiéndose al vértigo informativo y a otros factores vergonzantes, garantice la buena praxis profesional merece el mayor reconocimiento. Máxime, y en esto hay que darle la razón, cuando la amenaza para ciertos medios no proviene sólo del "brutal impacto del ecosistema digital" sino de la relajación de esos principios, de una precarización de la profesión en lo formativo, como apunta, pero también en lo laboral y en lo social, que obvia. Y, en última instancia, conviene no olvidar, como hace, que en la naturaleza de toda verdad, incluso en las de gran consistencia, como las científicas, está el ser refutable, una vulnerabilidad mayor en esas verdades periodísticas, verdades en el tiempo a las que hay que dotar de una vida más larga que las veinticuatro horas de ciertas mariposas, alejarlas de la cínica definición de que verdad es lo resulta útil creer, pero sobreexpuestas por su incompletud y por el ritmo rápido del acontecer. Reconocer con humildad esos límites también forma parte del saber del oficio.

Para dejar constancia de que en el medio periodístico faltaba el ajuste de cuentas que el autor acaba de acometer, Espada escribe que "la justicia rectificó sus errores y nada tiene pendiente con Camps". Salvo tres imputaciones por las distintas investigaciones abiertas en torno a la Fórmula 1 y la visita del Papa, cabría añadir.

Arcadi Espada fatiga hasta el extremo la creencia del lector en la buena fe del periodista, un esfuerzo que apenas tiene recompensa.

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