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Nuremberg: primera audiencia contra el genocidio

El segundo principio, una nueva noción del crimen masivo, fue promulgado por Rafael Lemkin. Con un mayor énfasis en la persecución étnica -judíos, armenios, eslavos y otros-, el genocidio no se limitaba para él a tiempos de guerra ni se centraba en actos contra personas. Su planteamiento se usó con moderación en Nuremberg, pero su concepto y el de Lauterpacht se incorporaron al Derecho Internacional y se encuentran entre los fundamentos que maneja la Corte Penal de La Haya, de la que es miembro Sands, que participó entre otros en los juicios de extradición de Pinochet, la guerra de Yugoslavia, Ruanda o la invasión de Irak.

Diez años infernales después de que las leyes nazis instituyeran el antisemitismo despojando a los judíos de su ciudadanía, de sus derechos, de la propiedad y, finalmente, de la vida misma, la ciudad bávara fue la sede del juicio por crímenes de guerra que dieron luz a un moderno sistema de justicia. Por primera vez en la historia, líderes nacionales de un país fueron acusados de actos asesinos ante un tribunal internacional. Hermann Göring y otros dirigentes nazis como el "carnicero de Polonia", Hans Frank, asesor legal preeminente de Hitler y el "jefe del gobierno" durante la ocupación polaca, vivieron su juicio final. Los crímenes contra la humanidad y el genocidio, tan presentes en la vida política contemporánea, tuvieron allí su primera audiencia. Calle Este-Oeste empieza, por tanto, en Nuremberg. Frank, un nazi cultivado, el pianista de ojos saltones de Malaparte que deslumbraba a sus invitados ejecutando preludios de Chopin, proporciona el momento culminante al relato.

Pero no son sólo los juicios de Nuremberg y las leyes de derechos humanos en el mapa de la Historia. Un episodio del libro, y tal vez un desencadenante, es la memoria familiar que desentierra la vida del abuelo materno de su autor, el taciturno Leon Buchholz, y su esposa, Rita. Cuando era niño, y más tarde de joven, Philippe Sands visitaba a sus abuelos en París, donde vivían. Entonces nunca conoció gran cosa de sus vidas, excepto que eran judíos que vinieron, en el caso de Leon, de Lemberg, en el de Rita, de Viena. Los sombríos años de la guerra, la pérdida de los padres y los parientes en los campos de exterminio o el agotador período anterior a que estallase el conflicto bélico rara vez se mencionaban. Eran las lágrimas ocultas, el llanto ahogado de Bergelson.

Sands recurre a la narrativa histórica para iluminar los principios internacionales de justicia que estableció el Derecho a partir del juicio a los nazis. Los poderosos progenitores del genocidio y de los crímenes contra la humanidad moldearon las propias vidas y los principios que establecieron aquellos dos judíos polacos, Lauterpatch y Lemkin, que incluso desde la rivalidad, contrapusieron la justicia a la orgía de muerte emprendida por Hitler y sus secuaces. Un libro apasionante.

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