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Un mundo (más) feliz

Atwood y Adichie, autoras anglófonas frente al presente político

Las lectoras asiduas de literatura anglófona hemos presenciado recientemente cómo la obra de dos excelentes escritoras traspasaba sus círculos habituales, produciendo pequeños terremotos políticos. Son dos autoras de orígenes, generaciones y personalidades bien diferentes, aunque unidas por la singularidad y la irreverencia que suelen marcar el verdadero talento creativo. La canadiense Margaret Atwood, autora de una extensa obra narrativa, poética y ensayística, de inteligencia y versatilidad fuera de lo común, ha vivido en el año 2017 la experiencia de ver dos novelas, El cuento de la criada y Alias Grace, convertidas en espectaculares series de televisión. Un protagonismo similar ha vivido en años recientes la autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, cuya conferencia Todos deberíamos ser feministas se convirtió en 2016 en slogan de camisetas Dior y se filtró en una canción de Beyoncé. Adichie, precoz autora de dos magníficas novelas sobre Nigeria, La flor púrpura (2003) y Medio sol amarillo (2006) adquirió notoriedad en 2009 por su charla TED El peligro de una buena historia. Luego llegaría la novela Americanah (2013), cuya popularidad la restauraría como narradora. Las pequeñas revoluciones culturales protagonizadas por Atwood y Adichie, aun teniendo algo de casual, son indicativas de las formas en que muchas autoras anglófonas han estado glosando una realidad compleja desde hace décadas.

Atwood ha escrito siempre desde una posición crítica con el momento histórico y desde un profundo conocimiento de los resortes literarios que le permite crear obras memorables. Resulta curioso que su éxito actual proceda de una novela distópica ya clásica, El cuento de la criada, escrita en 1984 mientras residía en Berlín occidental y se preguntaba cómo sería un régimen totalitario si se produjese en Estados Unidos. La serie, adaptada por Sarah Polley con un equipo casi totalmente femenino, unida al resurgir de la novela tras la llegada de Trump al poder, da lugar a pancartas en manifestaciones callejeras con el lema "Haced que Atwood vuelva a ser ficción". Alias Grace, novela de 1996 ahora llevada igualmente a la pantalla, es una profunda reflexión narrativa sobre la verdad, la memoria y la complicidad. No son las únicas novelas en las que Atwood parece haber predicho el futuro, quizás porque sus escritos son en realidad una aguda descripción del presente.

Adichie, por su parte, constituye el rostro y la pluma más visibles de una nueva generación africana, que enarbola una educación de élite, con frecuencia adquirida en Europa o Norteamérica, y una movilidad internacional que permite a sus componentes sentirse parte de varias culturas, casi siempre urbanas. Aunque ella rechaza el vocablo, forma parte de lo que otra autora africana, la ghanesa Taiye Selasi, denominó "afropolita", término que desató un encendido debate sobre unas identidades afectivamente africanas pero labradas también en sus lugares de adopción: cosmopolitas, multilocales e inevitablemente privilegiadas, pero con la virtud de hacer trizas el estereotipo de africana pobre e ignorante. Toda una generación de autoras que escribe sobre África y sobre occidente, que exige que su obra sea leída como arte y no como etnografía. Taiye Selasi ( Lejos de Ghana, 2013) o la zimbabuense NoViolet Bulawayo ( Necesitamos nombres nuevos, 2013), son parte de ese grupo transnacional.

Si hace décadas la crítica se empeñaba en presentar a las escritoras como relatoras de lo doméstico o "intimista", hoy se demuestra que ese estereotipo encubría una realidad literaria mucho más rica e inquietante, corroborada en la escritura actual. En un Reino Unido atribulado por el Brexit, las primeras novelas que plasman su génesis nacen de dos mujeres escocesas: A. L. Kennedy ( Serious Sweet, 2016) y la siempre experimental e imaginativa Ali Smith ( Autumn, 2017). Estas autoras, ha de resaltarse, son inequívocamente feministas. La publicación más reciente de Adichie, Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo (2017), explora las formas de una maternidad no sexista, a la vez que articula sus razones para defender el feminismo y las formas de compartirlo. En este ensayo epistolar, escrito con la elegancia estilística y la convicción habituales en Adichie, la autora explica el coste (aún) de declararse feminista, pero aboga por un futuro donde esto sea redundante, por la posibilidad real, también suscrita por la distópica Atwood, de construir un mundo más feliz.

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