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La sociedad de la época ridiculizó e insultó a las dos escritoras

Viajemos en el tiempo: aquella sociedad ¿pensaba? que las mujeres eran "irracionales y débiles", educaba a las niñas para ser sumisas con sus hermanos, padres y maridos, si estaban casadas no podían tener propiedades ni pedir el divorcio, "salvo en casos muy excepcionales" y era legal que los maridos pegaran a sus esposas. Así que "no es de extrañar que tanto la obra de la madre como la de la hija fueran escarnecidas por la crítica. Sus coetáneos las ridiculizaban e insultaban, tratándolas de putas, y de cosas aún peores. Hasta por sus familias fueron rechazadas".

Wollstonecraft y Shelley, recuerda el libro, "capearon la pobreza, el odio, la soledad y el exilio, por no hablar de las ofensas cotidianas -insultos, chismorreos, silencios y desprecios-, para escribir palabras que en principio no debían escribir, y vivir como en principio no debían vivir". A Wollstonecraft la atacaron sin piedad durante casi doscientos años, "primero por ramera, y luego por histérica, una mujer irracional a quien no valía la pena leer. Esta difamación tuvo tal eficacia a la hora de debilitar los ideales de Vindicación de los derechos de la mujer, que hoy en día persiste en la retórica de quienes se oponen a los principios del feminismo". Por contra, a Mary Shelley "se la condenó por transigir en los valores revolucionarios de su esposo (el poeta Percy Bysshe Shelley), un genio, y de su madre, una mujer adelantada a su tiempo. Vista como una mujer que daba más importancia a su situación social que a las ideas políticas o a la integridad artística, fue desestimada como un peso pluma intelectual, cuya única obra importante estaba hecha con la ayuda de su marido".

Cómo cambiaron las cosas: ahora, en las antologías de la literatura inglesa "aparecen sus nombres en el índice antes de Dickens y después de Milton, con entradas tan importantes y tan sustanciosas como las de los varones de su generación". Cuesta imaginar al lector actual las dificultades a las que se enfrentaron. Ambas fueron, como diría Wollstonecraft, "proscritas". Escribieron libros que cambiaron el mundo y, además, "rompieron con las estrecheces que regían la conducta femenina, y no una sola vez, sino muchas, desafiando a fondo el código moral de su época. Su negativa a someterse, a amansarse y a rendirse, a mostrarse calladas y serviles, a pedir perdón y esconderse, hace que sus vidas sean igual de memorables que las palabras que dejaron. Proclamaron su derecho a decidir sus propios destinos, poniendo en marcha una revolución que aún no ha terminado". Dos pioneras inolvidables.

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