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Libros

La suerte de recibir

La mano izquierda es la que mata, los cuentos de Javier García Rodríguez

Ser profesor, crítico y gestor cultural son aduanas muy restrictivas para llegar, en la opinión del público, al centro geográfico de la literatura, el núcleo candente de la creación. Y Javier García Rodríguez (Valladolid, 1965) lo ha hecho, hasta ser apreciado hoy como el autor, por ejemplo, de Barra americana (2011), el poema ilustrado La tienda loca (2014) o la novela Un pingüino en Gulpiyuri (2015), libros estos dos para niños y jóvenes (de 0 a 99, apostillaría Rodari).

Desde que el año pasado se puso a ordenar la casa y compaginar las hojas sueltas de sus papeles volanderos, García Rodríguez ha sacado tres libros que a su modo hablan del orgullo del colaborador de medios escritos, que se niega a que su arte y oficio sirvan para envolver el pescado de mañana. Son los volúmenes de ensayos y crítica En realidad, ficciones (Septem, 2017) y Literatura con paradiña (Delirio, 2017), y ahora los cuentos de La mano izquierda es la que mata.

Quizá estos relatos le den definitiva carta de naturaleza como autor de ficción de la república de las letras; textos que, sin dejar de ser materializaciones de un profundo bagaje teórico, no necesitan más manual de uso que el de dejarse ir en el dicho y el hecho, renunciando antes a toda zona de confort lector: como el astronauta que, en la cubierta del libro, se ha soltado sin remedio de su cápsula espacial.

Me pilla esto leyendo al Tom Wolfe de La palabra pintada (1975), donde se quejaba de que la pintura contemporánea ya no tiene valor fuera de su explicación teórica. Mistagogía y esoterismo críticos, dice, para envolver un vacío bien presentado. A la literatura actual le habrán sobrado también imposturas intelectuales para el viaje circular de la postmodernidad. Se vienen sin dificultad sus fetiches, pura tradición vanguardista de ortodoxia: paratextos, apócrifos, logomaquias, interferencias, sampleados, loops, multimedia, hipervínculos, dispersión, descentramiento, heteroglosia, entropía y "auto" y "meta" referencialidad por un Tube (©).

Y bien, habrá quien abra este libro y se encuentre de frente con toda esa calderilla haciendo su eco en el hueco vacío para darlo por leído; no digo que no: una escritura de "autómeta" sin vida ni originalidad, en la más escrupulosa observancia de la estricta regla de la Orden Hipsterciense (luenga la barba, larga la lengua), con la sensibilidad aprendida y el buen gusto de haber pasado hace ya tiempo de New Balance a Saucony (?). Un derroche de virtuosismo verbal, ocurrencias frenéticas y mirada tan ácida como "indie"ferente. Pero nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de todas las argucias y artificios de la nueva narrativa. El autor sabe mejor que nosotros lo que estos modos tienen de escolástica, de fruta de temporada, de broma finita. De gesto y señuelo.

Y habrá entonces quien sepa esperar lo letal de estos textos por otro lado. No en vano, el título del libro se explica en el dicho taurino según el que, en la suerte suprema, la mano que mata no es la que alza el estoque sino la que baja el trapo, para que el toro exponga la cerviz. Si estos cuentos entran a matar no es por sus aceradas observaciones o sus hondas verdades, sino gracias al señuelo de la forma: "Homecoming o el síndrome de la Copa Korac" habla de destino y autojustificación, pero precisa de su sinuoso "work in progress" para terminar de decir lo suyo. "El hombre que mató a Liberty (Foster) Wallace" necesita ese vaivén de cortes textuales para bajarnos la guardia y hacernos mirar la sombra del ahorcado. Diría, en fin: que este libro mata al lector menos por acción decisiva que en la suerte de recibir.

En un agregado tan heterogéneo hay de todo. Desde encargos para un libro de relatos de baloncesto o de textos eróticos a felicitaciones navideñas en blogs de amigos, sátira de costumbres (campus, resorts hoteleros), notas de prensa o la verídica retórica forense tan aplicada en juzgar dolosamente a la víctima. Entre una mayoría de textos ya publicados, hay inéditos que engranan el conjunto; y dos, magistrales. Añado "Una vez tuve un hermano" y "La chula" a mi lista de reproducción de cuentos memorables recientes: alguno del primer Eloy Tizón, "Pablito clavó un clavito" de Mariana Enríquez, o "Pájaros en la boca" de S amantha Schweblin. Aunque el autor, como ellos, esté pensando más en Lorrie Moore o Foster Wallace.

Con la temporada literaria puesta ya en el retrovisor ante la pausa estival, este libro destaca como una de sus sorpresas más agradables, en una cosecha que este año, misterios de los ciclos, ha venido excelente. Si me permiten, es una recomendación.

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