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No escribo, me protejo

Tazas de caldo, sentencias y aforismos del recién desaparecido Vicente Verdú

Hace pocos días, fallecía en Madrid Vicente Verdú (Elche, 1942), el que fuera tan importante en la tan importante revista "Cuadernos para el diálogo" (con "Triunfo", dos publicaciones de lectura necesaria para la izquierda bajo el último franquismo y unos años después de la muerte del dictador); el que fuera cargo de responsabilidad en "El País" y columnista del mismo diario. Tuve el lujo de charlar mucho y pasear con él a mediados de los años 70 del XX. Pero un desafortunado desacuerdo respecto de su Noviazgo y matrimonio en la burguesía española impidió que llegase a más nuestro trato. Lo había publicado en 1974, escrito a medias con su mujer Alejandra Ferrándiz (también fallecida, ay). A mí se me antojó poco crítico, poco revolucionario, poco qué sé yo: a él no le gustó mi discrepancia pedante. Yo me lo perdí. Sin embargo, seguí frecuentando la lectura de Verdú, bien en libros, bien en artículos, aprendiendo mucho, discordando a veces, cavilando siempre. Fue de los intelectuales pioneros, como ejemplo anecdótico, en escribir sobre fútbol en España ( El fútbol: mitos, ritos y símbolos, 1981) en una época en que parecía incompatible hacer la revolución y cantar gol, cuando acudir a la grada casi constituía acto clandestino de alta traición a los ideales de la izquierda, qué cosas. Cultivó más tarde la poesía y la pintura, y nos dejó al final este Tazas de caldo, una colección de aforismos que tanto condensan, que tan para leer en los tiempos que corren son (precisamente porque los tiempos corren hoy muchísimo), que van de lo más simple a enunciados de mucha vuelta de tuerca. Altamente aconsejables, pues. Un hombre pensando o solo mirando y escuchando ("No se trata de pensar mucho. Embota. Se trata de pensar bien. Embebe"): lo que dice y copio en el título de estas líneas.

No queda más remedio, para incitar a su lectura, que entresacar aquí unos cuantos. Hay juegos de palabras, cambios de campo semántico, juegos de despiste muy de agradecer: "El alcoholismo es la enfermedad infantil del suicidio"; "La ternura es el amor hecho carne"; "Llueve de una manera tan persistente que acabará por tener razón". Hay constataciones, no pocas veces teñidas de nostalgias: "Habríamos querido ser más, pero ¿quién nos garantiza que no podríamos haber sido mucho menos?"; "Hubo personas que llamábamos 'de confianza'. Nunca traicionaban. Antes se hubieran prendido fuego"; "Poco a poco la virtud de escribir bien ha perdido la excelencia". Leemos muchas consideraciones sobre el amor: desde muy simples ("Te amo porque soy más. Me amas porque me crees alguien. Y yo no soy nada sin la linterna que enciendes tú") hasta más alambicadas y con un deje irónico: "Es fantástico estar enamorado. Me acuerdo perfectamente". No faltan ni el descaro arrojado sin rubor ("Hay tanta gente tonta que da miedo") ni el reproche: "La falta de agradecimiento empequeñece a las dos partes". Y abundan como no podía ser de otra forma, las sentencias dichas al modo clásico, es decir, breves y rotundas, pascalianas o muy Lichtenberg, en esa línea, para dejar el poso necesario en la mente tras irse el fogonazo lector: "Todos nos soportamos recíprocamente. De otro modo sería imposible vivir"; "Ser amables entre nosotros es igual a ser ecológicos"; "Los animales son la versión sincera del amor"; "Todo lo que se hace con serenidad resulta elegante". Lo que siempre salva, como siempre ocurre, a ese decir máximas es el toque que solo puede dar el estilo propio, la gracia y oportunidad en muchos casos. Véase como ejemplo final el remate, tras el punto, de esta perla, sin el que perdería fuelle, por obvio, lo anterior: "Las pocas ocasiones en que uno se acuesta con la sensación del deber cumplido se oponen a la repetida inquietud de haber hecho algo mal o muy mal. De ahí el éxito del orfidal". Si fueran los años 70, hubiese yo criticado a Verdú por la rima innecesaria de la cita.

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