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biografía

Extravíos de la poesía

Yves Bonnefoy, uno de los grandes poetas del siglo XX, examina en La bufanda roja las raíces de su obra a partir de la propia vida

Extravíos de la poesía

Edgar Allan Poe fantaseó en uno de sus más conocidos ensayos de poética, La filosofía de la composición, con la idea de un poema que nada deba al azar, al "accidente o la intuición". Aplicó su enérgica inteligencia a mostrarnos cómo El cuervo -una obra de gran aceptación popular- había nacido, "paso a paso y hasta su conclusión", de un proceso de cálculo en todos los detalles y siempre "con la precisión y la rígida coherencia de un problema matemático".

Para Poe, al que le gustaba posar de racionalista pese a la densidad de sus demonios interiores y la contundencia de sus perturbadoras imaginaciones, era inaceptable la insistencia con que los poetas han venido presentando sus obras como el fruto de una "especie de espléndido frenesí". A su juicio, nada más falso. Pretendió hacer así la impugnación del poema como hallazgo expresivo de lo que no ha sido previamente ideado y concertado al servicio de un determinado efecto estético.

Pero ¿cuántos de los poemas que tenemos por memorables se han "compuesto" siguiendo el modus operandi que Poe explicita y pone como ejemplo de escritura lírica? Casi nos atrevemos a asegurar que ninguno, ni siquiera El cuervo. Y a añadir, más bien, que todo poema sobresaliente ofrece una variable cantidad de materia textual que el autor deja ahí sin saber muy bien las razones. Y que esa "imprevisión" se da incluso en aquellos textos en los que resulta evidente, cuando así lo indica la sujeción estrófica, métrica o de rima, el control o cálculo que el poeta ha ejercido sobre sus versos.

Una poesía sin sorpresa, de palabra o de pensamiento, es nada. Digamos la verdad: Poe sólo quería hacernos partícipes, con aquel deslumbrante juego de manos formalizado como un ensayo de poética, de su inusual y aguzado ingenio. Hoy sabemos que la poesía, desde el Gilgamesh y hasta ahora mismo, se ha escrito siempre desde un cierto "desconocimiento", sirva la expresión, de lo que su autor quiere decir. El poema filtra lo que no sabíamos que sabíamos ("y quedeme no sabiendo", dijo San Juan de la Cruz) y se las arregla para llevar hasta la página, incluso en aquellos versos de línea más clara, imágenes y experiencias que el poeta rescata, por los mecanismos de la asociación y del hallazgo verbal, del gran fondo de sus reservas de oscuridad.

En realidad y contra lo que opinaba Poe, el poeta empieza a saber verdaderamente de lo que habla su poema -lo que es su poema, para ser más precisos- una vez lo da por concluido. Y, en muchas ocasiones, ni siquiera entonces. Un ejemplo extraordinario de esto que expongo, y que interesará a todos los buenos lectores de poesía, se cuenta en La bufanda roja. Ives Bonnefoy (Tours, 1923-París, 2016), posiblemente el mejor poeta francés de la segunda mitad del siglo XX, publicó este libro poco antes de su muerte. Permite ilustrar convenientemente cómo el poema viene a componerse precisamente, por seguir con las mismas palabras del autor de El cuervo, "por medio de una especie de espléndido frenesí". Todo lo contrario a lo que él pensaba. Bonnefoy, poseedor de una infatigable capacidad analítica que desplegó en sus enjundiosos ensayos sobre arte (del Barroco a Goya, Miró o Giacometti), además de elogiado traductor de Shakespeare o Leopardi y catedrático de Poética en el Colegio de Francia tras la muerte de Roland Barthes, deja clara su posición: "?no olvido que el mínimo escrito es un entrelazamiento de causas de las que un gran número excede la conciencia del autor".

La bufanda roja, que ahora edita con traducción de Ernesto Kavi el sello Sexto Piso (publicó hace dos años El territorio interior), es un trabajo de "anamnesis y reflexión", según su autor, a partir de unas decenas de versos que éste guardaba desde 1964 en el secreter de un escritorio heredado de su abuelo materno. No se trata del poema homónimo, L'écharpe rouge, que Bonnefoy incluyó en su último poemario, La hora presente (2011), sino de una composición que dejó aparcada durante cuarenta y cinco años porque, aun intuyendo que era importante para el esclarecimiento de los móviles de su poesía y de aspectos decisivos de su vida, seguían escapándosele las claves de ese texto. El poema como enigma. Y también como cifra de un conocimiento profundo que la escritura revela a espaldas de la "rígida coherencia de un problema matemático", pese a lo que Poe aseveraba en su ensayo.

Bonnefoy, que tuvo una etapa de adhesión al programa de André Breton y al mandato rimbaldiano de "cambiar la vida", inicia su tarea de anamnesis a partir de un relato que también se incluye en esta edición, Dos escenas, y de las notas que redactó para aclarar los significados de ese texto. Necesitaba su hilo de Ariadna. Lo halló en el topónimo Toulouse, que aparece en aquel poema de 1969, La bufanda roja. Y, a partir de ahí, analiza ese texto -guardado durante más de cuatro décadas pese a apenas entender sus significados- como si fuera un espejo en el que se reflejaran pasajes nucleares de su propia biografía: "Tenía que entregarme a la forma en que la poesía, que es superior a nosotros, se fija como tarea acabar con nuestros fantasmas, que son sólo sus extravíos". Y esto lo escribe quien mantuvo siempre un gran respeto por las matemáticas, disciplina que estudió en la Universidad.

Bonnefoy se sirve, así, de ese hilo de su prosa -la literatura aquí como asta de toro, según defendió su amigo Michel Leiris- para recorrer algunos tramos sustanciales de su biografía: desde sus orígenes familiares, hasta su paso por Cambridge (Masachussets), en 1963, donde conoció a Jorge Guillén y Robert Lowell, entre otros, o acontecimientos como las dos guerras mundiales. ¿Autobiografía? Sin duda, pero sólo para hacernos entender cómo la propia vida y el poema se iluminan íntimamente. "? siempre amé en las palabras el anuncio que parecen hacer de un nivel más alto de realidad que no posee su práctica común", señala el autor francés, para quien la poesía es sobre todo una "indagación" en la experiencia humana, tal como ha resumido muy bien su traductor Enrique Moreno Castillo.

Por el esclarecimiento de aquel lejano poema de 1964, Bonnefoy alcanza una verdad profunda sobre su propia vida y la evidencia de cómo esas experiencias permanecen enraizadas en sus versos. Y de tal manera, que el texto deja aflorar las complejas vinculaciones que el poeta mantuvo con sus progenitores: el silencioso padre muerto aún joven y la madre de la que hereda, quizás, la inquietud por el imán de los signos. Bonnefoy llega a concluir que aquellas relaciones "decidieron" su idea de la poesía: un "sentimiento de finitud", pero también de que "la experiencia del tiempo vivido puede devolverle su vida a la palabra".

La bufanda roja jamás se habría podido escribir con el método que explicó Poe. Es un libro fundamental para comprender algunas de las claves íntimas y literarias de uno de los poetas europeos más importantes de la última centuria. Y bien pensado, también una muy lúcida recusación de La filosofía de la composición. Aunque en ningún momento mencione a Poe, Bonnefoy viene a decirnos que el poeta sólo puede entender la matemática profunda de sus versos después de que los ha escrito. Y, en ocasiones, al cabo de los años.

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