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Sobre la rabia

Luciano Bianciardi desmenuza el mundo editorial de su época en La integración

Sobre la rabia

La muerte prematura de Luciano Bianciardi privó a la literatura italiana de posguerra de uno de sus protagonistas decisivos. El carácter del escritor, que hizo de él un culo de mal asiento desde el punto de vista laboral y un volcán de intereses desde el punto de vista intelectual, cuajó durante un gran lustro, el que va de 1957 a 1962, en tres notables novelas, denominadas Trilogía de la rabia, con las que Bianciardi saldaba una doble cuenta: con la vida provinciana de la que venía, representada por su Grosseto natal, en la Toscana, y con la vida metropolitana hacia la que iba, representada por su Milán adoptiva, la capital lombarda.

La integración es cronológicamente la segunda de las novelas de la Trilogía, antecedente de La vida agria, que consagraría a su autor, y posterior a El trabajo cultural, soberana radiografía de los afanes de un país que buscaba tomar aire tras la debacle fascista. En La integración, el contraste entre los espacios de la provincia, con sus tiempos medidos y sus actores reconocibles, y el mundo abigarrado y urgente de la capital, donde la felicidad es un deber y las necesidades se dictan de día en día, nutre la vocación crítica de Bianciardi y le presta su objetivo: el retrato de un malestar a través de la ironía.

La diana de Bianciardi es en la presente ocasión el mundo editorial, que el autor conoció bien (trabajó para Feltrinelli unos años), un laboratorio con sus leyes, reglas y arquetipos dentro del cual el protagonista, y con él una nueva Italia, intenta proponer otro tipo de Risorgimento, cultural en este caso. Las páginas más brillantes (también las más divertidas) de La integración son las que desmenuzan la jornada de un grupo de editores, correctores, traductores, diseñadores y administrativos dedicados a tareas tan enjundiosas como agotar ensayísticamente la poliédrica realidad italiana al tiempo que se despachan maratonianas sesiones (a menudo mucho más sugestivas) en torno al uso de la comilla inglesa y el guión de diálogo o la supresión de las aliteraciones.

Bianciardi, que tenía el don de retratar ánimos y circunstancias, por complejos que ambos fueran, con muy pocas palabras, y que escribía con una ligereza engañosa, al alcance sólo de un verdadero maestro, retrata aquí una domesticación global y una derrota privada. La domesticación es la de una sociedad industrial, pujante, tejida en torno al dinero, pero vacía de criterio, incapaz de generar valores que no vengan dictados por corrientes ideológicas ajenas (la americanización del modo de vida italiano es notoria en La integración); la derrota es la del propio Bianciardi, domesticado al final de la obra en su piso de recién casado, con el sexo reglamentado una vez por semana y las cenas con amigos en las que se bromea puerilmente para olvidar heridas más profundas. Las mismas que este anómalo cronista arrastró consigo hasta el final, cuando el alcohol ahogó su talento el 14 de noviembre de 1971, antes de haber cumplido los 50 años.

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