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Martínez de Pisón y los gandules

Un acercamiento a la vida de Filek, el estafador que engañó a Franco

Desde Enterrar a los muertos resulta evidente que Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) es la versión seria de Truman Capote. En la prosa clara y serena del maño no están el chisporroteo ingenioso ni la maledicencia que, en ocasiones, caracterizó la de Capote, y sin embargo, Enterrar a los muertos lograba emocionar desde el estilo enjuto, desde la realidad palpable, con las palabras justas, como lo hacía esa obra maestra y fundacional del género que se llamó A sangre fría. Martínez de Pisón reconstruía una tragedia personal al rescatar la vida, pasión y muerte de José Robles Pazos, traductor de John Dos Passos asesinado por los comunistas durante la guerra civil.

Vuelve ahora con otra novela real, cuya frontera con la investigación histórica se vuelve muy difusa y que tiene como protagonista a uno de esos tarambanas, bribones o pícaros que pierden continuamente. Esa pléyade de gandules por los que siente cierta piedad y a los que aspira a comprender, como deja entrever el hecho de que sean tan frecuentes en su narrativa de ficción -únicamente hace falta recordar al padre de Felipe, el adolescente protagonista de Carreteras secundarias; o a Ángel Ortega, el padre homónimo del personaje que narra Derecho natural; o a Justo Gil Tello, buscavidas, superviviente y espabilado arribista en El día de mañana-. Ese perfil atrae a Martínez de Pisón, de ahí que Alberto von Filek (1891-1952), el embaucador que le coló al régimen de Franco la patraña de que era capaz de hacer gasolina sintética con una mezcla de yerbajos y agua del río Jarama, no desentone en su universo gandul.

Martínez de Pisón se tropezó con Filek en la biografía que Paul Preston le dedicó a Franco. De la punta del ovillo de las diez líneas que le dedica Preston tira el autor para intentar poner algo de luz sobre la biografía de un timador irredento que a punto estuvo de dar la campanada con su trabajo más notable. Filek, descendiente segundón de una familia emparentada con la nobleza austriaca, llevó mal la ilegitimidad paterna y fue, desde joven, un avezado liante, que pronto tuvo problemas con la justicia por buena parte de Centroeuropa.

En 1931 llegó, casi al mismo tiempo que la Segunda República, a España, donde sus prácticas delictivas y sus problemas con la justicia continuarían hasta dar con sus huesos en la cárcel en plena guerra civil. Sería después de ésta, en la España hambrienta de la inmediata posguerra, cuando Filek lograría colarle a las autoridades franquistas -y muy particularmente a L uis Alarcón de la Lastra, ministro de Industria y Comercio absolutamente lego en la materia- el cuento de la gasolina sintética, declarada de interés nacional por el consejo de ministros de aquel segundo gobierno franquista, aireada a bombo y platillo por los medios de comunicación -entre ellos periódicos como "La Vanguardia Española" o el "ABC"- y lanzada como proyecto para la instalación de una factoría.

Filek, la historia de un personaje escurridizo, no está a la altura de Enterrar a los muertos, y su autor, que se da perfecta cuenta, trata de justificar lo hinchado de la historia al final del libro: "La historia de Filek es sobre todo la de los lugares por los que pasó: las casas en las que vivió, los edificios en que captó a sus víctimas o consumó sus estafas, las cárceles en las que estuvo encerrado". Y básicamente la historia de esos lugares, a falta de una mayor precisión sobre el personaje, es lo que nos cuenta en esta ocasión, con su solvencia habitual, ese narrador puro que se llama Ignacio Martínez de Pisón.

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