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Libros

Hay autora más allá de "Frankenstein"

La extensa labor literaria de Mary Shelley

Cátedra, en su cuidada e informativa colección Letras Universales, que actualiza la historia de la literatura para amantes de la lectura, acaba de publicar una novela casi desconocida en nuestro país, Mathilda, de Mary Shelley, en edición de Juan Antonio Molina Foix, responsable de la traducción, introducción y notas al texto.

Mathilda es la segunda novela de Mary Shelley, escrita en 1819, un año después de Frankenstein, o el moderno Prometeo, cuya fama eclipsaría el resto de la obra de Mary Shelley, una autora prolífica que, viuda del poeta P.B. Shelley, mantuvo su casa y al hijo de ambos gracias a su labor literaria.

Para bien o para mal, Mary Shelley portaba una fascinante herencia cultural y literaria: no sólo fue compañera del famoso poeta romántico inglés, sino que sus padres fueron Mary Wollstonecraft (autora de, entre otras obras, La vindicación de los derechos de las mujeres, 1798) y William Godwin, pensador e inspirador de los fundamentos del Romanticismo en Inglaterra.

Mary Shelley escribió Mathilda en 1819 y envió el manuscrito a su padre, pidiéndole consejo para su publicación. Al opinar Godwin que el tema de la novela era "repugnante y detestable" y algunas partes muy poco apropiadas para salir a la luz pública, la autora siguió modificando el texto durante una década más y acabó guardándolo en el cajón de sus obras inéditas. Mathilda es, entre todas ellas, el único manuscrito terminado, y, por fin, fue publicado en 1959 por la Universidad de Carolina del Norte.

Cuando se analiza Frankenstein, siempre se hace referencia a la inquietante relación de su autora con la muerte: su madre había muerto unos días después de darle a luz, su hermana mayor y la primera esposa de Shelley se suicidaron siendo Mary Shelley muy joven, dos de sus tres hijos murieron en la infancia, su marido se ahogó, y vivió la muerte de, entre otros, su amigo Lord Byron y la hija de éste. Todo esto sucede antes de cumplir la autora los treinta años.

También Mathilda es, pues, producto de la aflicción. Mary escribió en su diario en 1822: "Cuando escribí Mathilda, era tan desgraciada que la inspiración fue suficiente para mitigar temporalmente mi abatimiento". Se podría asegurar que la escritora transfiere sus sentimientos al personaje principal, y, de hecho, hay referencias claras a algunos pasajes de su biografía, tales como la difícil relación con su padre, un hombre poco dado al afecto, que la envía en su adolescencia a pasar una larga temporada en los desolados paisajes escoceses.

La novela tiene todas las características del Movimiento Romántico. Funde los estados anímicos de profunda melancolía con la exaltación de la naturaleza, a quien denomina Madre Universal, y, cuando su desdicha alcanza límites insoportables, Mathilda se abandona en los brazos de los campos, de la tormenta y de la noche, pues se quiere fundir definitivamente con el entorno. El lenguaje se adapta a los sentimientos y son frecuentes las exclamaciones, las imprecaciones y los soliloquios dolientes.

La soledad de Mathilda, que nace con ella, pues su madre muere en el parto y su padre se va, se acentúa con los años. Crece en las aisladas tierras de Escocia hasta que su padre vuelve, a los dieciséis años, y cuando cree que, por fin, empezará a vivir, la sombra del incesto la incapacita para el amor y la compañía. Ni la fortuita aparición del apuesto Woodville consigue que sus afectos puedan revivir. Woodville es un trasunto idealizado de Shelley, que quiere sacarla de la oscuridad por medio de la razón y la imaginación.

El final de la novela es un canto a los principios del Romanticismo literario, expresados en la despedida, yo diría que triunfal, de Mathilda: "En verdad, estoy enamorada de la muerte; ninguna doncella disfrutó más al contemplar su traje de novia que yo al imaginar mi cuerpo envuelto ya en su sudario. ¿Acaso no es mi traje nupcial? [?] El césped pronto verdeará sobre mi tumba, y en él florecerán las violetas".

Mary Shelley era una veinteañera cuando escribió estas palabras, y hasta su muerte, a los cincuenta y tres años, llevó una vida tranquila con su hijo y su familia, dedicada a sus amigos, sus viajes y su vida literaria.

Dejó una extensa obra de siete novelas y varios relatos y fue biógrafa, editora y activa promulgadora de la obra de su difunto marido. Así mismo, escribió sobre sus viajes en Italia, Francia, Suiza y Alemania, y dejó amplia constancia en sus diarios y en sus cartas de sus vivencias y sus afectos.

Frankenstein es una obra básica y magistral, pero no cabe ninguna duda de que Mary Shelley es también mucho más.

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