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Libros

El arte de la pregunta tonta

Historias reales, el compromiso de la escritora australiana Helen Garner con el periodismo, reúne artículos bajo el paraguas de la curiosidad

En el prólogo de Historias reales, la escritora australiana Helen Garner reflexiona acerca de las diferencias existentes entre las pasiones literarias a las que ha entregado su vida: la novela y el periodismo, la ficción y la no ficción. Lo hace apelando a dos ideas. La primera es que el novelista y el periodista mantienen un pacto distinto con el lector, casi libérrimo aquél, mucho más estricto éste; la segunda es que el autor de no ficción, quien atiende a un suceso no necesariamente nacido de la imaginación creadora, sino de las coordenadas de lo real, de lo que sucede a pie de obra, debe estar investido de un peculiar talento, en apariencia anodino, casi infantil, que Garner identifica de modo preciso. Ella lo denomina el arte de la pregunta tonta, y cita como su máximo exponente a un creador que no asociamos con la literatura ni con el periodismo. Garner señala al respecto el nombre de Claude Lanzmann, el autor de la inevitable Shoah, a quien pone como ejemplo de investigador que nunca persigue tener la última palabra, pero que mediante su modo de interrogar, de estar ahí, logra que sus interlocutores (y por extensión, la realidad) digan cosas que un inquisidor con menos aplomo nunca alcanzaría a descubrir.

El modo que Garner tiene de aproximarse a lo real, de hacerle las preguntas más tontas y a la vez las más pertinentes, las que no dan nada por supuesto, se concreta en textos de una claridad pasmosa, donde la primera persona del singular se transparenta con soberanía exquisita. Entre otras razones porque, tras décadas de magisterio, es obvio que a Garner nada le resulta ajeno, sean asuntos triviales o dramáticos, se trate de personas o de lugares, acuda a noticias de impacto global o se recluya en episodios minúsculos, de coordenadas en apariencia íntimas o ínfimas. Garner es tan amena cuando interroga a los patólogos de su ciudad en sus infestadas morgues como cuando pulsa el ambiente excéntrico de un crucero de placer ruso. (Inevitable, por cierto, preguntarse si David Foster Wallace conoció este texto antes de redactar su desopilante Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer).

Su sentido de la observación es tan eficaz cuando se dedica a reseñar una biografía de Patrick White como cuando asiste libreta en mano al elenco de bodas civiles en la Real Casa de la Moneda de Melbourne. Su termómetro para la emoción es tan solvente cuando disecciona las coordenadas de su propio entorno familiar como cuando plasma, con una frialdad y al tiempo con un vigor insólito, el juicio por el asesinato del niño Daniel Valerio, una de las piezas periodísticas más apabullantes que jamás he leído. Historias reales organiza así un conjunto de teselas que, como la propia Garner pronostica, pueden reunirse bajo un paraguas común. Ese paraguas es la curiosidad, el músculo más decisivo en el entrenamiento de los escritores de no ficción. El único, también, que los años no consiguen debilitar.

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