La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Poesía

Autobiografía de nosotros mismos

José Luis Argüelles regresa a la poesía con un decir ético que piensa y da que pensar

Autobiografía de nosotros mismos

Este es un hombre que procede de los territorios de los “días quebrados”, que ausculta la melancolía, que se hace las preguntas de los condenados, que rastrea la emoción del pensamiento, que sigue alistado en defensa del fervor, que desmiente a John Keats (“verdad / y belleza no son lo mismo”), que vela el sueño del padre agonizante, que recuerda el lugar donde aprendió a “no llorar en ningún caso”... Este es un hombre que, pese a tantas interpelaciones, abraza “la vida interminable, la nada interminable”.

¿Tal vez este hombre sea José Luis Argüelles (Mieres, Asturias, 1960), hijo de una familia que hizo de la decencia cívica una identidad, esposo que encontró “un seguro paraíso”, ciudadano dispuesto a “alzar la voz / y vivir sin dar tregua”? Lo es, sin duda. Pero también es el que trasciende la escritura egocéntrica, consciente de que la autobiografía es posible “si todos somos contados por ella” (Hans-Georg Gadamer). Toda su obra, especialmente este Gran desconcierto (Ediciones Trea, 2018), es la autobiografía de nosotros mismos.

Ese decir plural tiene su razón de ser en su condición ciudadana. Sus quehaceres como periodista de LA NUEVA ESPAÑA le han obligado a ejercer el relato colectivo, a dar testimonio de la vida de los otros. Además de autor de otros tres poemarios (Cuelmo de sombras, Pasaje y Las erosiones) y de aforismos (incluidos en Pensar por lo breve. Aforística española de entresiglos (Trea, 2013), de José Ramón González), Argüelles ha dado cuenta de la existencia de una escritura clandestina, la de los poetas en lengua asturiana del Surdimientu. Lo hizo en en Toma de tierra (Trea, 2010) obra canónica que define la vitalidad de una literatura esquinada por la ignorancia y el españolismo excluyente.

Gran desconcierto es una obra mayor, es la consagración de una poesía que busca lectores, no público, en palabras de Francisco Brines. Más cuando el engañoso ruido de los versificadores de ganga se hace insoportable. En tres décadas de escritura pública, cuatro libros. Suficientes para bucear en las aguas oscuras de nuestros días. Lo digo con atrevimiento, pero sin rubor: Argüelles es uno de los poetas mayores en lengua castellana de nuestros tiempos. Y lo ha hecho con un decir estético y ético que piensa y nos obliga a pensar.

La poesía de Argüelles está hecha de “realidades, no (de) humo”, com

o anota Álvaro Valverde en su último poemario, también editado en este otoño fructífero. Que el nombre del autor asturiano comparta párrafo con el del extremeño es intencionado: son dos de los autores de la misma generación con un idéntico anhelo de indagación en las tinieblas del ser humano y con una escritura cimentada en la sencillez de la metáfora y la fortaleza de la verdad para cumplir con la tarea impuesta por los maestros: eternizar el “instante pasajero” (Hölderlin) y comprender que “la belleza no es / sino el nacimiento de lo terrible” (Rilke).

Es Gran desconcierto un libro técnicamente impecable. Sobra decirlo. El manejo del verso impar, sea el penstasílabo, el heptasílabo o el endecasílabo, es ejemplar. Argüelles, incluso, no teme a la rima. Da lo mismo que la dicción se acomode al humilde haiku, al texto de largo aliento o al poema en prosa. Todos están sometidos a tensión tonal, donde el pensar y el decir permiten que el poema se mantenga en pie.

Y ese tono es lo que forja la unidad de las cinco secciones del libro. En “Pequeños poemas robados” no se limita a su genealogía intelectual. Aquí está el afán de un hombre del 2018 de ir un paso más allá del que dieron los maestros. En “Poemas y canciones” contra el daño habita el autorretrato de un ciudadano que recapitula vivencias, escenas, parajes… y, ahora, a punto de doblar la esquina de la vejez, proclama: “Sólo importa la búsqueda, / lo demás es fracaso”.

Las otras tres secciones están protagonizadas por poemas extensos. Abre el volumen con “New York Movie”, en el que el cuadro de Edward Hopper acecha al autor, en su soledad de una sala del MOMA neoyorquino, y lo acompaña en el descenso a los infiernos de la melancolía, a desbrozar la realidad. Es aquí cuando irrumpe Wallace Stevens, quien nos mostró que la “poesía es el único cielo posible”, el único capaz de urdir en estos tiempos otra realidad ajena a lo real, la que procede de nuestra imaginación y genera ideas y palabras, esas “extrañas cerezas en el bodegón de la memoria”. Otro texto espléndido, tal vez el más turbador, es “Convalecencia”, que muestra al Argüelles angustiado, que se desentiende de las disciplinas formales para buscar un aliento semántico enfebrecido, tanto cuando se adentra en los demonios íntimos, como cuando el plural se adueña de sus sílabas.

Si el conjunto de Gran Desconcierto conforma uno de los libros poéticos más deslumbrantes de este año, es “Zagajewski en Oviedo” uno de los poemas llamados a perdurar. No es extraño, que Adam Zagajewski, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017, pasease con Argüelles por Oviedo, en una ciudad de otoños polacos y melancólicos, y se hicieran las viejas preguntas sobre el furor y su defensa, sobre el pensamiento y su emoción, sobre la Europa de los campos minados, sobre los viejos demonios que cavan las nuevas fosas...

José Luis Argüelles ha escrito la autobiografía de nosotros mismos, atrapados en este “grande desconcierto” de Fray Luis de León. Y lo ha hecho con el decir digno de un hombre que sólo dedica su ira a los indiferentes, “el peso muerto de la historia” (Gramsci), y ansía ser un justo entre los justos.

Compartir el artículo

stats