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El grave error de la Psicología

El repaso a sus logros es descorazonador: tras varias décadas de estudios no pueden ofrecer entre sus hallazgos más que obviedades, efectos placebo y un malvado regusto a que todo lo que le ocurre a la persona siempre será culpa de él y, en último término, sólo será infeliz el que quiera serlo, ya que la felicidad se encuentra al alcance de todos, sean cuales sean sus condiciones objetivas de vida. Sonríe o muere, como diría Barbara Ehrenreich. Es inevitable percibir el tufo político a inmovilismo social que desprende este afán por subjetivizar el bienestar emocional, quitando el acento de los elementos micro y macrosociales con los que la persona opera, y poniéndolo en la forma en como éstos son percibidos por el individuo. Al final, para ser feliz incluso en Alaska basta con ponerse las gafas de la felicidad. Es el nuevo criterio de éxito en la vida, el primero en el que verdaderamente existe igualdad de oportunidades gracias a la nueva democracia de las emociones. No es de extrañar que en las encuestas todo el mundo se declare feliz, ¿quién va a reconocer que, pudiendo elegir voluntariamente ser un ganador, ha preferido optar por ser un perdedor? Raro será que entre tantos selfies no se salga riendo en alguno de ellos para colgarlo en las redes sociales?

La historia de la felicidad. ¿Cómo ha podido ocurrir este fraude? ¿Cómo ha podido la endeble Psicología positiva alcanzar el reconocimiento y el estatus académico con el que cuenta en la actualidad? Una vez más, la Psicología ha cometido el error de presentarse como una ciencia objetiva y natural, en vez de entender que todos sus contenidos poseen una dimensión sociohistórica, cultural, que aleja a esta disciplina del ámbito de las ciencias físicas al uso. Esto resulta ser especialmente cierto en el caso de la idea de felicidad. Contra la visión de la felicidad como un contenido ahistórico, universal en la condición humana, que sólo ha variado en la voz con la que se le designa en cada lengua -como si la eudaimonia de Aristóteles fuera lo que estudia el Instituto Coca-Cola de la Felicidad-, los autores de "La vida real en tiempos de la felicidad" defienden la idea de que sólo se comprenderá cabalmente de qué hablamos cuando hablamos de felicidad hoy en día si se realiza un recorrido sociohistórico por los orígenes culturales de la felicidad positiva actual.

Y así, la parte central del libro repasa los últimos doscientos años del capitalismo norteamericano, consiguiendo crear una "historia de la felicidad" hecha a base de ética empresarial, religión, transformaciones del mundo laboral y psicología industrial, en un país construido, desde su primer presidente hasta el último, sobre el dogma del individuo autocontrolado y autodeterminado. Esta historia es sinuosa y tortuosa, y aunque su recorrido no es lineal, podría considerarse que el curso que une a los puritanos con el trascendentalismo de Emerson, continúa con los movimientos del Nuevo Pensamiento y del Pensamiento Positivo, para terminar desembocando en la felicidad actual de los coaches, los influencers y las TED talks, se caracteriza por un lento cambio de foco de Dios al individuo, de la laboriosidad y el esfuerzo a las emociones positivas, de la salvación al bienestar. La línea que va de Emerson a Seligman es la línea que va de la producción al consumo, dos caras de un mismo fenómeno. Ahora ya tenemos criterios para entender a qué se refiere, por ejemplo, Rafael Santandréu cuando coloca cada libro suyo sobre la felicidad en el número 1 de los bestsellers en nuestro país.

Vivir a propósito. Y gracias a ese recorrido histórico también ahora podemos plantear trayectorias alternativas al concepto de felicidad que se nos pretende inculcar desde la Psicología positiva. Que nadie entienda que la crítica a la felicidad hedonista, canalla, la que sienten los bueyes cuando comen guisantes, supone algún tipo de defensa del ascetismo o de un sufrimiento que poder ofrecer a los dioses. La última parte de este libro se dedica a proponer un horizonte más amplio que dé cabida a criterios de evaluación de los cursos vitales más allá de su mero tono hedónico, positivo o negativo. Es necesaria una visión del ser humano en donde las experiencias no sean juzgadas únicamente por el placer o el displacer que procuran a las personas -habida cuenta de la inevitabilidad de ambos-, sino que incorporen éstos a los actos de regulación de una vida vivida con sentido, vivida a propósito, movida más por valores que por complacencias, propia de un yo no individualista inserto en un contexto social, histórico y político.

Tras la lectura de La vida real en tiempos de la felicidad se entiende no sólo por qué los libros de autoayuda no contienen la receta de la felicidad, sino por qué tal receta no puede existir. Se defiende un yo que se despliega sobre el mundo de los otros, no que se repliega hacia su propia experiencia íntima, fuente quizá de placer o de sufrimiento, pero con seguridad de intrascendencia. Pocas cosas acaban generando más sufrimiento que la obcecación por negar el malestar y perseguir el bienestar. Si acaso al término de la vida habrá ocasión de preguntarse si hemos sido felices o no, aunque muy probablemente esta cuestión habrá perdido entonces toda importancia. Corren buenos tiempos para la tentación de la inocencia y el narcisismo, pero, como por otro lado señalan también los autores del ensayo reseñado, conviene no olvidar la buena noticia de que de la felicidad también se sale. Y este libro contribuye a ello.

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