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Aplicar la razón para ganar la batalla del progreso

Varios supuestos enemigos del progreso son aplastados por interpretar mal los hechos o por utilizar razonamientos morales sospechosos. La confianza con la que Pinker analiza los problemas que hoy causan tanta ansiedad, como el aumento de la desigualdad y el calentamiento global, puede resultar convincente, aunque delata más de una maniobra política cuestionable. Algunas de las preocupaciones mundiales las despacha con demasiado desparpajo: la desigualdad económica no es en sí misma una dimensión del bienestar humano, escribe, pero eso es todo. En cuanto al clima, necesitamos calmarnos y abrir nuestras mentes a la geoingeniería. Si realmente es una cuestión importante no tardaremos en resolverla, añade.

A Pinker no le preocupa la acusación de elitismo. Sabe que se trata del mismo mantra empleado por los populistas de derechas y de izquierdas para "desenmascarar" a las clases bien posicionadas en la economía y en la inteligencia, de las democracias liberales. Los ambientalistas aprovechan, a su juicio, las intuiciones primitivas del esencialismo y la contaminación entre un público cientificamente analfabeto, mientras que sugiere que la mayoría de los votantes ignoran no sólo las opciones políticas ante sus ojos sino los hechos básicos. Sin duda es consciente de que la razón no ganaría en el mundo en que vivimos y en las actuales circunstancias concursos de popularidad pero defiende con la determinación que le caracteriza que aplicarla es la única manera de ganar la batalla del progreso. Tampoco desconoce que los hechos no siempre validan los argumentos políticos y éticos, por mucho que le guste aportar pruebas concluyentes. Hábilmente logra arrimar el ascua a su sardina cuando sitúa las Luces y la Ciencia del lado correcto de cada conflicto histórico, mientras que reserva el horror de los últimos dos siglos a la ignorancia, la irracionalidad y el oscurantismo. En ese caso, nada que objetar.

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