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Terry de Water of Leith

Un polvo en condiciones, un cruce de novela picaresca y de caballerías de Irvine Welsh

Terry de Water of Leith

El río de Edimburgo no llega a ser río: se llama Water of Leith, o sea, arroyo de Leith, que es el barrio portuario de la capital escocesa. Allí desemboca. El Tormes es mayor: va a morir al Duero, pero antes ha pasado por Soria, Zamora o Salamanca. En una de sus orillas, precisamente, fue donde nació Lázaro, el que relató su mala vida en siete tratados y fundó la novela picaresca.

Juice Terry Lawson no es de Salamanca. Es de Edimburgo, salió de la mente de Irvine Welsh (Leith, Edimburgo, Escocia, 1958), pero es como la reencarnación de la criatura anónima española. Un polvo en condiciones es una novela picaresca. Y también una novela de caballerías. Las dos cosas juntas. Las dos, protagonizadas por un fulano que viene de la miseria y se abre paso hacia el futuro mejor y lo hace echando mano de sus habilidades innatas (las referidas a su pene, mayormente) y también de su ingenio; un ingenio que utilizaba el pregonero que escribe la carta del siglo XVI y lo hace para salvaguardar la meta conseguida. Pero Juice Terry Lawson también recorre la ciudad no a lomos de un caballo, más bien a bordo de su taxi. Y se encuentra con el mal, se deshace de él, se enamora, se busca entre la niebla de su cerebro agotado por el alcohol y las drogas y se presenta ante una familia como un puzle: padrastro acosador en horas bajas, nietos recién llegados y un afán gigante de seguir cepillándose a todas las mujeres que acepten pasar el rato más feliz de sus vidas mostrencas. Un polvo en condiciones es lo último de Irvine Welsh, el de Trainspotting, el de Porno? y es también una obra deliciosa donde la carcajada deja paso al asco y la necesidad de saber quién es uno de verdad se cobra la voluntad más festiva. Un polvo en condiciones es tremenda.

Lo fascinante de lo último de Welsh es el juego de "yo sé quién soy", el de Don Quijote tras uno de sus primeros "fracasos". Dice el caballero manchego "-Yo sé quién soy y sé qué puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia". Y Terry, durante buena parte de la novela, no puede decir eso mismo y eso mismo le lleva a los límites de la locura, con un episodio resurreccionista de por medio incluido. Las noches de Edimburgo son escenarios tan exóticos como los secarrales castellanos o la California de Amadís. Don Quijote partió en busca de sí mismo y se dio contra sí mismo en la playa de Barcelona. Y, en el medio, contra el plagiario Avellaneda. Y algo así le sucede a Terry cuando descubre a Sal -una de sus amantes-, una dramaturga en caída libre (todos los que rodean a la criatura de Welsh están en caída libre, pero también todos quieren remontar el vuelo). Ese episodio es de carcajada batiente. Y también muy triste. Pero no sólo ese, también la noche del huracán en Edimburgo (lo llaman Tocapelotas, pero en realidad fue el Ofelia, el del año pasado): angustioso.

Welsh dispone la novela como una serie de monólogos de sus principales criaturas (otra de las similitudes con la picaresca): de Juice Terry y también del tonto de baba de Jonty, una especie de escudero del pícaro protagonista, una víctima de su estupidez, el protagonista de las escenas más gravemente abominables (la novela tiene unas cuantas). Welsh escribe como si nada y sus diálogos son tan naturales que uno, cuando los lee, llega a ponerles voz. El mundo lumpen se detiene con Welsh para que Welsh les haga conquistar el mundo. Y lo hace -por la gracia de tres traductores perfectos- consumiendo el aire, el corazón y la vida. Welsh sobrecoge.

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