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Ensayo

Una carrera sin meta

La reedición de Tecnópolis muestra el ajustado anticipo del futuro que hizo Neil Postman

Una carrera sin meta

La semana pasada Pepper acudió al parlamento británico para responder a las preguntas de los diputados del Comité de Educación sobre la cuarta revolución industrial. El robot propiedad de la Universidad de Middlesex atiende a clientes de grandes centros comerciales. Ayer mismo vi en la televisión el grado de obcecación con que un robot programado para matar perseguía a su víctima. Hace muchos años, en la lejanía de 1992, un discípulo brillante de Marshall Mcluhan, estudioso de la comunicación como él, decretó el imperio de la tecnología en Estados Unidos. En el tiempo transcurrido, Neil Postman ha fallecido y nosotros hemos podido comprobar la rápida expansión del tecnopolio al resto del mundo. Ahora, su libro más alabado, que tenía agotada su primera edición en español, ha sido publicado de nuevo por una editorial joven y menuda. Es tan certero como discutible, de ahí que parezca recién escrito. En aquel año, con la informática aún en pañales, Postman ya pudo ver lo que hoy es una evidencia que salta a la vista: la humanidad está a punto de claudicar ante la tecnología.

Para comprender esta derrota, habría que contar una historia. Hasta el siglo XVI solo era conocida una cultura de base instrumental, que en la actualidad apenas sobrevive en lugares remotos. Las herramientas servían para resolver los problemas prácticos de cada día o se utilizaban en la esfera simbólica de la política, el arte y la religión, pero sin romper la continuidad del modo de vida tradicional. Luego, inventos como el reloj, la imprenta o el telescopio, lo cambiaron todo. El precursor de la tecnocracia, Bacon, fue el primero en establecer una conexión directa entre la ciencia y el progreso. El conocimiento se convirtió en la fuente primordial de poder, con la promesa de la felicidad universal. Los clásicos de la literatura del siglo XIX, de Balzac a Twain, testimonian la resistencia de un mundo a morir a manos del progreso científico y cronometrado del capitalismo industrial. La era del tecnopolio se inaugura a principios del siglo pasado con el taylorismo e impone la soberanía tecnológica eliminando toda oposición a ella. La clave de cualquier problema que pueda plantearse está en entregar el asunto a los expertos, que manejan en exclusiva toda la información, traducida a datos, que se requiere para encontrar una solución eficaz y eficiente.

El tecnopolio, afirma Postman, es una tecnocracia totalitaria, que se apoya en la estadística, la burocracia y la especialización para transferir integralmente la responsabilidad sobre cualquier problema de los ciudadanos a la tecnología, capaz de hacer más en menos tiempo y ofrecer siempre el resultado óptimo. El ordenador reduce a las personas a la condición de máquinas. El tecnopolio, continúa Postman, carece de epicentro moral. Estamos a la deriva en un mundo saturado de información trivial porque lo cuantificamos todo sin interrogarnos para qué. El sistema educativo se hunde axfisiado por la tecnología de los indicadores inútiles. Abrumado por la demostración del ejército americano en la guerra del Golfo, se pregunta "cómo es posible que el único símbolo que quede en pie sea un avión de combate F-15 dirigido por un sistema informático".

El imperio tecnológico es la principal amenaza de destrucción que se cierne sobre las instituciones sociales que dan sentido a nuestras vidas. Por eso, Postman llama a resistir desde la escuela. Sugiere que nos preguntemos sobre los test de inteligencia, las notas y los planes de estudio. Y propone el estudio de la filosofía, la historia, la semántica y la religión comparada, para volver a hacernos cargo y tomar de nuevo el control de los asuntos que como seres humanos nos pertenecen. El desafío consiste en plantear otra vez las preguntas iniciales de las que debería surgir una narrativa que permita atribuir un significado convincente a nuestra propia vida. En este libro, como ya hiciera en otro anterior, lúcido e irónico, titulado Divertirse hasta morir, Neil Postman exhibe su erudición ligera, por ejemplo cuando cuenta el impacto que tuvieron en su momento el estribo, el estetoscopio o las cerillas, y una capacidad inigualable para iluminar cualquier aspecto oscuro del proceso educativo o de la comunicación de masas. Su sentencia es clara, entre pesimista y provocadora. La carrera tecnológica sin freno en la que estamos es un ascenso al vacío. Considera la profecía de Huxley más acertada que la de Orwell: vaticina que la gente llegará a adorar las tecnologías que anulan su capacidad de pensar.

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