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Heridas metafóricas

Retrato de adolescencia en la Sudáfrica del apartheid

Heridas metafóricas

El autor sudafricano Tony Peake consigue fundir en E l reglamento (2017) las experiencias de la adolescencia entre niños blancos en Sudáfrica, la actitud de sus padres ante las reglas impuestas por el gobierno del apartheid y la situación política general en el mundo occidental. El título original de la novela es Facing North (Mirando al norte), lo que hace referencia a las invocaciones del gobierno de Sudáfrica para endurecer su sistema discriminatorio: el peligro rojo, la crisis de los misiles y el duelo Kennedy-Kruschev.

Adolescente en 1962, Paul narra sus vivencias de ese año desde su perspectiva de sexagenario, quien ya puede evaluar la trascendencia en su desarrollo de aquellas experiencias que tanto le habían trastornado en su momento. Atrapados seis días a la semana en un estricto internado masculino, intercambiando en su fuero interno retazos de las opiniones de sus padres durante la comida dominical, Paul y sus colegas perciben el desasosiego general y las divergencias fundamentales que existen entre los adultos. Solamente la Tertulia de Cultura General del profesor Spier les sirve de estribo sobre el que apoyarse para ordenar el tumulto de sus sensaciones.

Paul se enfrenta a varios malestares personales: su lucha por agradar a su popular compañero Du Toit y así entrar en su club exclusivo, sus dudas ante su identidad de sudafricano no afrikaans o de europeo, extremos representados por Du Toit y su padre y por la madre y la abuela del propio Paul, y, sobre todo, su confusión ante la amabilidad y eficacia de la gente negra, si, como él había aprendido, aquella "no sería capaz de defenderse o de expresarse. Los negros no tenían la confianza necesaria para eso; ni la elocuencia; ni el derecho".

Peake rememora para Paul (y quienes leemos) las pinceladas históricas necesarias para entender la fragmentación del país y la situación de un colectivo minoritario blanco cuya estrechez de miras le hace cuidar tan solo su "propio ombligo". Paul, que está, además, despertando a su sexualidad, será un instrumento involuntario del desarrollo de la trama. Cuando los acontecimientos le desbordan, experimentará su particular rito de iniciación hacia la madurez: siente miedo de su candidez, vergüenza y arrepentimiento por lo que desencadena y, sobre todo, una soledad existencial solamente suavizada por la contemplación de las estrellas.

La novela conecta constantemente las heridas metafóricas individuales y colectivas con las políticas y sociales, y se adentra en la intertextualidad con cada acontecimiento significativo. Hay trazas obvias del artista adolescente de James Joyce, del señor de las moscas de William Golding, de Tomás Moro, un hombre para la eternidad, y del "Si?" colonial de Rudyard Kipling.

Hay por tanto, varios niveles de lectura. La prosa de Peake es fluida y sería buen material escolar, pues mucha información se transfiere a través de las entradas breves del diario de Paul, de las cartas de y para su abuela, de los posters que cuelgan en las habitaciones de los chicos y de los libros que leen. Pero hay una inquietante reflexión en la novela que nos enfrenta a cuestiones de identidad nacional, de posicionamiento ante el entorno y de cómo y por qué somos capaces de modificar nuestra opinión sin parpadear, aceptando que Mandela sea un agitador "prófugo de la justicia" y más tarde un preso ridículo que comparece en el juzgado "vestido con un kaross de piel de chacal", para darle treinta años después el Premio Nobel de la Paz y honores de estado.

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