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Tinta fresca

Las cuentas más oscuras

Ana Matallana muestra credenciales como narradora de largo recorrido

Las cuentas más oscuras

Un muerto. Seis personajes que le trataron. Y una gran duda: ¿lo mataron o se suicidó? La historia de Las cuentas pendientes fue en origen un relato que Ana Matallana escribió "tras despertarme una noche de un sueño inquietante. No recordaba qué había soñado, pero tenía una sensación que necesitaba sacar y el resultado fue un relato llamado Sordidez que terminaba con un miembro de una pareja matando al otro por compasión. Esa idea de muerte se me quedó anclada de algún modo durante mucho tiempo y siempre supe que podía tener más recorrido. De ese germen surgió Las cuentas pendientes".

Lo más difícil fue "encontrar las voces. Sabía que tenían que ser distintas y yo tenía muy claro que necesitaba un narrador diferente para cada una. Ir encontrando el tipo de narrador con el que cada personaje podía mostrar mejor su mundo interior fue complicado. Muchas pruebas, muchos descartes hasta dar con la tecla. Y después de encontrado el narrador tuve que encontrar la voz y la personalidad de cada uno sin que se desdibujaran las unas con las otras. Santiago, por ejemplo, fue un narrador muy invasivo. Tanto, que después de narrar con él tenía que dejar de escribir unos días porque su forma y su tono se me contagiaban al resto de personajes".

De los personajes creados, "con Santiago me llevé peor que con ninguno. Le acabé cogiendo cariño, pero es de los pocos que termina realmente mal. Creo que mi subconsciente acabó por castigarle. A Sonia le tengo especial cariño. Me costó mucho, muchísimo, encontrar su voz. Pero, sin embargo, creo que es una de las más puras, de las que más transmite, y estoy convencida de que es porque tiene muchas cosas mías, por lo que es quizá con la que más me desnudé, la más honesta. E Isabel/Marina fue para mí la más sencilla, simple y llanamente porque es mi voz narrativa. No la tuve que buscar porque es con que he narrado desde que tengo uso de razón. Un narrador en tercera, pero que, en realidad, hace lo que le da la gana. Opina y tiene un deje de subjetividad que incluso la hace parecer una primera persona. Ese narrador juguetón es con el que más cómoda me he sentido siempre".

Encontrar la voz adecuada a la historia le costó "mucho, porque son seis diferentes. Si ya cuesta encontrar voz y tono a un personaje, imagínate a seis. Pero tenía tan claro cómo quería contar esta historia, a pesar del esfuerzo creativo que me suponía, que mi propia cabezonería tiró de mí evitando que tirara la toalla en los peores momentos". Sufrió "un bloqueo muy gordo con Sonia porque a mitad de historia me di cuenta, o más bien asumí, que no funcionaba su voz. Que sonaba impostada y artificiosa. Pensé incluso en hacerla desaparecer, pero sabía que sin ella no había historia. Me parecía fundamental su aportación y la trabajé de distintas formas sin mucho éxito hasta que me di cuenta de que la naturalidad era su mejor arma. Luego salió sola, en Santander".

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