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La otra cara de la gran ciudad

Olivia Laing analiza la soledad de algunos grandes artistas

A la soledad se puede llegar de muchas maneras: al enfermar, por el fin de una relación o por una depresión. Olivia Laing , la autora de La ciudad solitaria (Aventuras en el arte de estar solo) nos desvela que ella llegó tras un fracaso sentimental. El libro, ambientado en Nueva York, plantea cómo se puede estar solo en medio de una multitud; incluso que no es lo mismo ser un solitario- vivir en la soledad- que sentirse solo. Y comienza a indagar en el arte, en su forma de vivir y realizar sus obras ciertos artistas que daban vueltas en torno al asunto de la soledad.

Los artistas que analiza son el pintor Edward Hopper, Andy Warhol, Henry Dargen y David Wojnarowicz. Todos eran hiperconscientes del abismo que separa las personas, de cómo uno puede sentirse aislado en medio de una multitud.

Las escenas urbanas pintadas por Hopper reproducen una de las experiencias centrales de la soledad: como la sensación de separación, de estar rodeado por un muro o encerrado, se mezcla con una sensación de vulnerabilidad casi insoportable. Pero además, las ambiguas escenas de sus cuadros son un testimonio no solo del aislamiento de los seres humanos, sino de la imposibilidad de conocerse los unos a los otros.

Para Andy Warhol la tecnología lo liberó de la carga de tener que necesitar a los demás. Así lo explica en el libro Mi filosofía, donde decía que su grabadora, de la que durante una larga temporada no se separaba, era su mujer. Warhol ya comprende la función mediadora de las máquinas, su capacidad para llenar el vacío emocional, adelantándose a todo lo que nos llegará después. Resulta memorable el episodio del atentado que sufrió Warhol por parte de Valerie, y cómo aquel suceso lo sumió en una paranoia y aislamiento aún mayor unido a la perdida de salud.

La obra del fotógrafo David Wojnarowicz, gira en torno a la relación y la soledad. Marcado por una infancia de abandonos y malos tratos, el artista está en sintonía con Valerie Solanas cuando decía con amargura que "nuestra sociedad no es una comunidad, sino una simple colección de unidades familiares aisladas."

El capítulo que le dedica a Henry Danger es memorable. Habla de una vida marcada por la marginalidad y las pérdidas así como el escasísimo contacto humano. Danger es un artista marginal único, aislado y casi sin lugar a dudas víctima de alguna enfermedad mental. Su pintura es sobrenatural, pero también escribió un manuscrito que es la obra de ficción más extensa de la historia de 15.145 páginas donde se narra los Reinos de lo Irreal, sobre la guerra-tormenta gladeco-angeliana causada por la rebelión de las niñas esclavas.

La idea de una mente rota, en pedazos, es la clave de la teoría de la soledad de la psicoanalista Melanie Klein y Danger a lo largo de toda su vida se dedicó a crear imágenes en la que las fuerzas del bien y del mal puedan unirse en un mismo campo, en un mismo marco. Era importante para él realizar este acto de integración, de atención y de trabajo abnegado. Klein lo definió como un "impulso reparador ", un proceso en el que intervienen la alegría, la gratitud y la generosidad; puede que incluso el amor.

Un ensayo curioso e inclasificable, con una prosa ágil que ausculta la otra cara que ofrece la gran metrópoli y donde la circunstancia personal de la autora sirvió de detonante para indagar en las trayectorias vitales de estos artistas -personajes.

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