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Ilustrados

Un universo de mundos extraños

Un universo de mundos extraños

Cinco bellezas de papel para acabar el año o para empezar 2019 envueltos en ensoñaciones y estremecimientos. Desde un viaje en grabados por el Sistema Solar y más allá, hasta el alucinante recorrido lisérgico por el territorio onírico de Poochytown, pasando por clásicos del terror como El Horla, la gestación del monstruo de Frankenstein en la cabeza de Mary Shelley o la audaz mutación en concisos y elegantes haikus de los sonetos de Shakespeare. Pasen y vean, pues que de mirar, incluso más que de leer, va este periplo.

Planetarium. Hay muchas maneras de desplazarse por los secretos del Universo. El profesor de Astrofísica Raman Prinja y el ilustrador Chris Wormell han ideado la suya: una colección de grabados que, siguiendo la habitual disposición por salas de la colección "Visita nuestro museo", guiará al lector por el Sistema Solar, las constelaciones australes y boreales, las estrellas, los agujeros negros, las galaxias, sus cúmulos, sus colisiones? Siete estancias para navegar el cosmos siguiendo un itinerario que arranca con unas nítidas explicaciones sobre la luz y los telescopios, y se cierra con un acercamiento al Big Bang y a las especulaciones sobre el final que le aguarda a nuestra inconmensurable guarida.

El Horla. Cualquier buen aficionado a las fantasías terroríficas tiene colocado este cuento de Maupassant (1850-1893) en un lugar de honor de su biblioteca. Apréstense, pues, a hacerle un hueco en ese olimpo a esta arrebatadora edición en la que las escalofriantes palabras del maestro francés del relato se alían a un extraordinario trabajo gráfico del argentino Mauro Cascioli. Imágenes a grafito y tinta para profundizar en los misterios ocultos de la psique con todo el detallismo propio de un virtuoso de la línea, las luces y las sombras como es el bonaerense. Junto a "El Horla", "La cabellera" y "Aparición" completan un volumen presentado en la clásica y reconocida traducción de Mauro Armiño.

Poochytown. Aquí llegamos al volumen más lisérgico de esta serie de cinco recomendaciones fuera de lo normal. Su autor, Jim Woodring (1952), ha dibujado durante años todo tipo de fantasías surrealistas, publicadas en su revista, Jim. Uno de sus personajes más notables es Frank, de cuyas aventuras la quinta y hasta el momento última entrega es Poochytown, recién salida del horno. Frank, que enlaza con personajes creados por los estudios Fleischer en las décadas de 1920 y 1930, les parecerá una especie de gato antropomórfico y, en palabras de Woodring, es "ingenuo pero no inocente". Para lo que tal vez no tengan palabras es para los mundos oníricos por los que deambula en compañía de los personajes más estrafalarios.

Haikus de Shakespeare. Y se preguntarán ustedes, ¿escribió el padre de Hamlet alguno de esos tercetos nipones de cinco, siete y cinco sílabas? Pues, en realidad, no. Lo que sí compuso fueron 154 sonetos y sobre ellos ha trabajado Andrés Ehrenhaus. Tras traducirlos, el visionario truchimán ha destilado la esencia de cada uno de ellos en un haiku. Por ejemplo: "El usurero / de su propia belleza / no tiene herencia" es el condensado del cuarto soneto. Con los haikus ante los ojos, el pintor Elenio Pico imaginó un mundo esencial, basado en personajes, arquitecturas y vegetaciones, que inscribió en cuadrados negros. El resultado, que rebosa humor sutil en cada escena, les sorprenderá y les moverá al aplauso.

Mary la de Frankenstein. En este 2018 que huye habrán oído repetir cómo se gestó Frankenstein, publicado hace 200 años. Fue, aquí va de nuevo, en 1816, en la villa suiza que albergaba a Byron, el médico Polidori y el matrimonio Shelley. Byron les retó a escribir una historia de terror. Sólo cumplió Polidori ( El vampiro), pero Mary Shelley sembró el germen de su inmortal novela. Pues bien, 200 años después, Júlia Sardà ha puesto al servicio de Mary Shelley el talento de ilustradora que ya conocen quienes leyeron Los Liszt. Y lo ha hecho para engrandecer un texto en el que la canadiense Laura Bailey imagina que Frankenstein empezó a incubarse cuando la niña Shelley aprendió a leer sobre la tumba de su madre. Irresistible.

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