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La brújula

Un volumen para abrir los ojos y los oídos a la vida

El diario del naturalista enseña a descubrir y anotar día a día los secretos de nuestro entorno

Pájaros y orugas en algunas anotaciones de campo del volumen. ERRATA NATURAE

La cuestión es saber mirar, porque de nada valen los preciados ojos si recorren el mundo al tuntún. Y saber oír, que en el planeta hay muchos más sonidos que los del motor y los auriculares del móvil. Con este par de advertencias en ristre, los naturalistas estadounidenses Bernd Heinrich y Nathaniel T. Wheelwright se han lanzado a la labor de abrirnos los sentidos para que seamos capaces de observar la naturaleza y sus cambios. Errata naturae, que en 2016 abrió su familia de agendas con la inolvidable Anoche un libro me salvó la vida, toda una pieza de colección, tiene este año una propuesta diferente, El diario del naturalista. Una fabulosa y asequible agenda, editada con todo mimo, en la que, en lugar de anotar encuentros, deudas y propósitos, pueden registrarse los cambios que, día a día, mes a mes y estación a estación, percibimos en la naturaleza que nos rodea. Con la ventaja añadida de que, al basarse sólo en los días del mes, sin indicación de los de la semana, es válida para cinco años de observaciones. Que ni siquiera tienen que ser consecutivos, pues es el propio lector quien fija, en el espacio previsto al efecto, el año en el que está tomando la nota.

La obra, bellamente ilustrada por Heinrich, se divide en dos partes. La segunda, claro, es el diario quinquenal, que para rendir al máximo viene precedido de casi un centenar de páginas en las que los autores nos enseñan, en primer lugar, a prestar atención ("sin familiarizarse con el entorno, lo significativo permanece oculto"), antes de desgranar diez consejos muy útiles para que el aprendizaje del naturalista sea fructuoso: cultivar la curiosidad, conocer nombres de plantas y animales del entorno, familiarizarse con su ecología, tomar notas durante los paseos, indagar, tocar, oler, escuchar, medir...

Con esos rudimentos en las neuronas, se pasa a descubrir el contenido de "la caja de herramientas del naturalista" y a dominar algunos experimentos sencillos ideados para cada una de las estaciones. Y entonces, lo mejor es echarse al camino y empezar a coleccionar observaciones. Quienes gusten de incorporar en sus notas símbolos y abreviaturas disponen en las páginas finales de un espacio para elaborar su particular glosario, así como de otro para establecer líneas de tiempo de acontecimientos y especies que hayan captado su atención. Por último, para seguir aprendiendo, porque a muchos les enganchará la afición, se recomiendan algunos libros que pueden resultar de provecho. No hay edad para iniciarse en el conocimiento de nuestro entorno pero sí que hay una llave, El diario del naturalista, para abrir las puertas de nuestra curiosidad.

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