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La desconocida más famosa del siglo

Visiones de Nueva York de Djuna Barnes

La desconocida más famosa del siglo

Djuna Barnes viivó los noventa años que van de 1892 a1982. La suya fue una larga vida troceada en dos partes bien diferenciadas. La primera mitad repleta de singulares experiencias -desde una insólita infancia hasta su peripecia parisina y posterior retorno a Nueva York-, osadías, esnobismos, legendarias amistades y, en suma, reclamos para la escritura. El resultado es una obra dotada de sorprendente originalidad y digna de toda atención, más allá de los estereotipos, como el que la encuadra en eso que algunos llaman "literatura lésbica", y una segunda mitad que consumió monótonamente, en silencio, sin recursos, incluso huraña, apartada de todo y de todos y que decidió cumplir recluida en su baluarte llamado Greewich Village, donde alcanzó, nonagenaria, la muerte.

El primer libro de Djuna Barnes que cayó en mis manos fue Almanaque de mujeres. Tuve fortuna porque para empezar a conocer a un autor o autora conviene toparse con un libro como el Almanaque: sorprendente, irónico, lúdico, escrito en una lengua que, como diría Marcel Proust, nos parece divinamente extranjera y, por último, breve. La brevedad es lo recomendable para descubrir nuevos autores; pues te quedan ganas de más, quieres más, lo buscas y te dejas sumergir en lo que venga después con apremiante fruición.

Así fue que en lo sucesivo continué leyendo, por este orden, El bosque de la noche, Perfiles y ahora Mi Nueva York 1913-1919. Entremedias, la espléndida biografía que, sobre la autora, escribió Phillip Herring (Circe ediciones). Libros que siempre están presentes en mis raras prédicas literarias, lo que hace que Barnes forme parte de esa caterva de escritores que iluminan mis preferencias. Hombres, mujeres?, qué más da. Ese tipo de género me trae sin cuidado cuando alcanzo una lectura. No me interesa el sexo de los escritores ni sus inclinaciones cuando leo. Dijo Thomas Mann que en lo relativo a los géneros dentro del arte lo importante es el arte, no los géneros. Djuna Barnes, que antepone la sexualidad al género, escribe como los asexuados ángeles. Ya está.

Los artículos recopilados en Mi Nueva York presentan pequeñas historias donde sobresalen las profundas particularidades de, por ejemplo, un boxeador, unos bailarines de tango en El Arcadia, un dentista callejero (por nombre Anestesio Indoloro), un gorila en el zoo del Bronx (al que entrevista) o las alumnas sufragistas. Y, entretanto, Europa en el interior de Brooklyn. Periodismo al servicio de la literatura.

En Mi Nueva York 1913-1919, como en Perfiles, Barnes realiza pequeños retratos aromatizados de una cotidianidad universal. Son retratos orlados con el passe-partout de lo atemporal; pues todo en ellos nos resulta actual y próximo como en una apología de la modernidad, que es así como vemos a la Djuna Barnes periodista, pues sus artículos tienen más de literatura que de crónica stricto sensu, por eso cautivan y obtienen el gran premio de lo extemporáneo. Como que nos parece estar viviendo in situ, en el Nueva York que uno conoce, las vicisitudes que leemos.

Su talento para adjetivar las dinámicas cotidianas de una ciudad (París&NY) y sus habitantes me han hecho evocar a otros autores que igualmente lograron alcanzar dicho reto. En concreto me refiero a Joseph Roth, cuyas Crónicas berlinesas arrancan justo al año siguiente del que cierra los textos de Mi Nueva York. O, sin movernos de Berlín, la gran novela joyceana de Alfred Döblin, Berlín Alexanderplatz. Precisamente la capital alemana acoge los avatares que conciernen a Robin Vote y compañía en E l bosque de la noche, la gran novela de DB apadrinada y prologada nada menos que por T.S. Eliot.

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