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Libros

Pascal Quignard, un extranjero en el tiempo

El mundo antiguo del autor resuena en las breves narraciones que estructuran Las lágrimas

Pascal Quignard, un extranjero en el tiempo

Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948) le guiñaría un ojo a Pierre Michon, escritor por el que siente una profunda empatía personal, y no hay muchos, cuando este último desliza en Llega el rey cuando quiere que la práctica de escribir, o de pintar, si bien apunta a la reconciliación con el mundo, es una práctica de retiro, de ruptura. Ese aislamiento lo ha llevado a cabo Pierre Michon desde la cueva de la novela, su mínimo vital, "lo que le basta", es decir, la renuncia al texto grande, desde luego más largo, posiblemente más libre, pero con la carga de lo que no es esencial. Por su parte, Pascal Quignard pasó por una fase de autismo en la infancia y ese silencio sería, a la larga, su particular cueva donde se originan los primeros trazos de un ideario de escritura: "Ese silencio sin duda fue el que me hizo decidirme a escribir; pude hacer el siguiente pacto: estar en el lenguaje callándome".

Quignard, que fundó el Festival de Ópera y Teatro de Versalles junto a François Mitterrand, elaboró el guión de la película de Alain Corneau Tous les matins du monde y ejerció como editor de Gallimard durante veinte años, abandonó toda actividad social en 1994 y desde entonces se dedica en exclusiva a una escritura "retirada" que circula a su antojo entre los géneros literarios, despojada de disertación, fragmentada, depurada en su mínimo vital, de espaldas a su tiempo. Como dice en Los desazornados (Akal, 2013): "Es desafortunado seguir los deseos del grupo. Que nada se transfiera a tu cabeza. Libérate de la transferencia. Deja de servir... Conviértete en una palabra en desuso".

Al igual que en otras novelas del autor, como Todas las mañanas del mundo o Vida secreta, en Las lágrimas se percibe esa necesidad de desprogramar la literatura para reencontrar la condición primigenia del relato como conjuro frente a la soledad. Para Quignard, la novela es aquello que degenera, que desgeneraliza. Rechaza ese lenguaje dominante de la novela de ideas que tanto marcó a la literatura francesa después de Flaubert y se decanta por una novela de pensamiento nómada, que no teme disolverse en el imaginario, en lo sensorial, que surge de un caudal de imágenes: "Llamo novela a la narración que no argumenta". Deja muchos huecos en la trama, opera bajo reducción, sólo conserva lo que prefiere, "lo que le basta".

Quignard toca diariamente el piano, pero solamente conserva fragmentos de las partituras que más le gustan, ya sean correspondientes a un instrumento o partes de una melodía. Esos fragmentos componen para él una especie de sonata e interpretarlos le produce un efecto hipnótico, "como alguien que saltara de piedra en piedra". Esa música simplificada es la que compone también el "tempo" de su prosa en Las lágrimas. Como afirma Miguel Morey en la edición española de Pequeños tratados (Sexto Piso, 2016), se trata de una prosa del lector, surgida directamente de la puesta a prueba de sus lecturas. De ahí salen sus paisajes, sus argumentos, sus maneras y su saber, de la operación de leer. Su prosa inventa un tempo en el que la lectura es una experiencia de la soledad y de lo que la soledad da a ver: "Resonar más allá del agua negra, resonar en algo que es como la noche del mundo antiguo".

Ese mundo antiguo está presente en Las lágrimas, una pieza estructurada en diferentes "libros" compuestos por breves narraciones al hilo de un momento histórico convulso como fue el inicio del Medioevo. Tomando como referencia diversas leyendas, fábulas y documentos históricos que testimonian el origen del reino de los francos cuando reemplaza a la antigua Galia, Quignard compone la historia de dos hermanos gemelos, los príncipes Nithard y Hardnit, nietos del emperador Carlomagno. Hardnit elige una vida nómada dedicada a perseguir un ideal de belleza, navega por los mares helados hacia el Este del mundo hasta Oriente, sus espejismos, sus montañas y sus nieves perpetuas. Ama la vida salvaje, el mar, los caballos. Convierte en su maestro a san Hipólito, aquel que prefería la soledad ante todo y que había querido morir con sus caballos en el mar: " Amo la soledad, los caballos sin freno, sin bridas, sin riendas, sin sillas, sin herraduras. Amo su cuerpo magnífico. Amo el agua que pasa y donde uno se sumerge y de donde uno sale desnudo y nuevo como en el primer día en que uno empieza a comprender que siempre se está naciendo".

Por su parte, Nithard se queda en la abadía de Saint-Riquier y persiste en la sombra, en el silencio, "como esas piedras que se separan del acantilado, de repente, y caen en la arena". Será uno de los cuatro primeros escritores que redactaron las maravillas que cuentan la historia de los francos y será testigo directo del azar de un origen, el salto desde el latín a una lengua nueva, el primer hombre que escribe en francés, el viernes 14 de febrero del año 842, al final de la mañana, en medio del frío. Testimonio de un juramento que perdura bajo la sentencia de Pascal Quignard cuando afirma que toda obra escrita, verdaderamente escrita, es un silencio que habla.

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